“Cinco meses después del ascenso del soberbio refundador del país, solo queda un presidente refundido”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Cinco meses después del ascenso del soberbio refundador del país, solo queda un presidente refundido”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza

“No quiero ser pretencioso, pero pensé que iba a ser más difícil gobernar”, decía a los pocos días de asumir la presidencia.

En el caso de , la soberbia que lo hace sentirse refundador de la patria (“lo que no pudieron hacer en 200 años, este señor lo va a hacer”) tiene un componente mucho menor de vanidad personal, pero es más peligroso porque proviene de una ideología simplona y de un oceánico desconocimiento. En su caso, si gobernar le parece una tarea compleja o no, no lo sabemos, porque jamás ha dado una entrevista.

Con todos los problemas que enfrentó Toledo, muchos de ellos generados por él mismo y otros por la férrea oposición que todos los presidentes democráticos han tenido que enfrentar, hubo varias cosas rescatables de su gobierno. Esto, básicamente, producto del aporte de muchos funcionarios competentes a los que convocó con bastante pluralidad política. Algo que en el gobierno de Castillo escasea.

Toledo se quejaba amargamente con argumentos que suenan a los del 2021: “Es difícil para muchos digerir la posibilidad […] de que una persona con mi procedencia étnica pueda llegar a ser presidente del Perú”. O también: “No me perdonan el haber liderado movilizaciones a lo largo y ancho del Perú […]. Eso me lo han mandado a decir seis veces por lo menos; no me perdonan”. Quejas contra la prensa independiente que lo marcaba al centímetro, como a todos los que lo sucedieron: “Yo soy respetuoso de los periodistas demócratas que discrepan de nuestras decisiones, pero no caigan en el juego de la mafia. Esta mafia está vivita y coleando, y tiene un complot contra una nación que está tratando de recomponerse”.

Con Toledo gobernando por momentos con aprobaciones de poco más de un dígito, la continuidad de su gestión fue materia de discusión en muchas oportunidades. De hecho, en el 2004, en un paro nacional de la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), se unieron tras la plataforma de convocatoria perro, gato y pericote. Así, prominentes líderes de la izquierda coincidieron con Alan García en el apoyo a un paro que incluía explícitamente el pedido de salida de Toledo y un referéndum para una asamblea constituyente. El paro fue menos que tibio y no lograron sus objetivos. La cercanía de las elecciones del 2006 fue atenuando los ánimos de los vacadores de entonces.

¿Qué habría pasado si los graves casos de corrupción que involucran a Toledo se hubiesen conocido durante su mandato? No me queda duda de que lo habrían vacado, como ocurrió con años después. Por cierto, por esos tiempos y mientras se corrompía, Toledo decía que “la corrupción y la mafia no pasarán en mi gobierno, cueste lo que me cueste”.

No estamos, pues, ante nada nuevo. Los luchadores anticorrupción de la boca para afuera han sido la constante.

Es verdad que no hay evidencia de que el actual presidente haya sido parte del esquema de corrupción en Provías que favoreció al Consorcio –que ofertó S/232′587.014,30, ¡27 céntimos de sol más del que quedó segundo! Esto, de por sí, es casi una confesión de culpa–. Pero sí rozan cada vez más de cerca a Castillo sus múltiples reuniones con personajes vinculados de distintas maneras a esa trama; citas que no habría cómo justificar en una agenda presidencial por motivos legítimos y cuya negativa a transparentar abona más a la sospecha.

Súmese a sus extrañas y sospechosas reuniones, su enorme soledad política. Está cuesta abajo en todas las encuestas. “Su pueblo” mira con indiferencia sus tribulaciones políticas. Sus potenciales aliados del “centro” en el Congreso se indignan de que se diga que pudiese haber cualquier pacto con él. De su lado, Vladimir Cerrón le perdona la vida en la admisión de la vacancia. Pero hasta Pedro Castillo tiene que ser consciente de que el suyo es el abrazo del oso.

Cinco meses después del ascenso del soberbio refundador del país, solo queda un presidente refundido. Y ya que le gustan las moralejas vinculadas a pollos vivos o muertos, cabría decir que su situación se empieza a parecer a la del pollo degollado que da vueltas a ciegas sin saber qué hacer.

Hoy por hoy, lo único que realmente le da alguna posibilidad de vigencia a Castillo son los líderes de la oposición.

Ello, por la bancada de Fuerza Popular, que aparece muy marcada por la situación legal de Keiko Fujimori. Por el discurso extremista de varios en Renovación Popular. Por las ganas que trasmiten de desandar reformas tan importantes como las de la educación y la del transporte; así como el oponerse a las exigencias a los no vacunados (por cierto, en los tres casos coincidiendo con la ultraizquierda en el Congreso). Todo ello, sumado, hace que una parte importante de la ciudadanía legítimamente se pregunte cómo sería el “día siguiente” de estar ellos a cargo.

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