“Defensa del árbol”, por Abelardo Sánchez León
“Defensa del árbol”, por Abelardo Sánchez León
Abelardo Sánchez León

¿Por qué los limeños odiamos los árboles? No los detestamos, simplemente los odiamos. Hay vecinos a quienes les molesta sobremanera las hojitas que caen y ensucian su entrada. Otras personas los podan de tal manera que parece que hubiesen arrojado toda su ira y al final solo queda un esqueleto de árbol, unos muñones de ramas y, como si se tratase de un ritual maligno, pintan de azul sus extremidades masacradas. Una respuesta puede ser que Lima queda en un desierto y el color verde altera los ánimos. En Ica se bajaron todos los árboles de la Plaza de Armas. Chiclayo y Trujillo no tienen muchos árboles. El árbol es un enemigo declarado y si no podemos tumbarlo, lo garabateamos, lo orinamos, lo humillamos. En el Perú los árboles no mueren de pie, lo hacen talados.

Hace unos días la Municipalidad de Magdalena se enfrentó a unos vecinos indignados cuando, sin consulta, empezó a , los arbustos, los cipreses de una calle que desean ampliar. En algunos distritos de Lima los propietarios no pueden, por decreto, bajarse un árbol. La municipalidad los multa. Pero la Municipalidad de Magdalena pretende que su distrito sea como Manhattan, pero sin un Central Park. Hace poco pasé por la calle Félix Dibós y constaté el motivo de la ira de los vecinos: se han bajado los árboles de una cuadra y planifican una tala de toda la calle.

Las ciudades andinas tienen un poco más de respeto por los árboles, pero ellos no abundan, son ejemplares exóticos: los encontramos un poco en Selva Alegre, el pulmón de Arequipa, en la ciudad de Huánuco, su poquito en las afueras del Cusco. En la Amazonía el asunto es grave: la tala indiscriminada demuestra el profundo odio de los peruanos por los árboles, esos seres enormes pero indefensos que caen cual sueño extraviado por obra y gracia de la codicia y la maldad. Tumbarse un árbol es un acto de maldad. Es matar un ser vivo. El árbol no se mueve, pero vive. Airea la atmósfera, nos da sombra, nos protege.

¿Cuál es el apego del peruano citadino por el cemento? ¡Adora el asfalto, el cemento, el ladrillo, el gris. El peruano no quiere ni a la roca ni al árbol, símbolos de nuestra naturaleza. Las grandes excepciones son el distrito de San Borja y Surco. Sin duda, la Municipalidad de Magdalena debería imitarlos. Pero la codicia, la construcción de torres multifamiliares, significa arrasar con los árboles. Las escenas que se han grabado muestran el odio absoluto de los empleados municipales utilizando excavadoras y sierras hasta sacarlos de raíz. Se trataba de una masacre. De un desahucio a la peruana.