Hacía mucho tiempo no veía cómo argumentos tan alejados del sentido común lograban posicionarse como verdades absolutas, cómo a diario información falaz o descaradamente falsa se hace pasar por verdadera.
Una de las premisas más cínicas es sostener que el Gobierno está en manos de un Congreso vacador. Castillo repite este argumento en escenarios nacionales e internacionales para victimizarse. Si uno escucha a la oposición más achorada, efectivamente, el reclamo pareciera confirmarse. Pocas veces he visto, sin embargo, un Parlamento que le sea tan conveniente al presidente de turno. De las dos mociones de vacancia presentadas, la primera fue un intento mamarrachento de la congresista Patricia Chirinos que ni siquiera fue admitida a debate; y la segunda (que tenía argumentos tan fuertes como la irregular licitación del Puente Tarata III) solo alcanzó 55 votos de los 87 necesarios. El oficialismo también se queja de las iniciativas presentadas para adelantar las elecciones, pero es obvio que son puros fuegos artificiales, intentos que no prosperan, porque a nuestros padres y madres de la patria simplemente no les interesa perder la chamba.
Qué tiene que pasar, entonces, para que entendamos que este es un Congreso que juega a sacar a Castillo, hace la finta, pero a la hora de la verdad mira para otro lado. Para los que ya están a punto de gritar que este Gobierno ha perdido cinco ministros en censuras, habría que replicar que todas responden a razones poderosas y se hubieran evitado si Castillo no hubiera nombrado a gente impresentable. Efectivamente, ningún Congreso había censurado tanto, pero ningún presidente había nombrado 70 ministros en poco más de un año, por andar escogiendo a personas con prontuario en lugar de CV.
Los congresistas que han buscado sacarlo compulsivamente existen, por supuesto, pero son tan torpes y elementales que no logran convocar ni a sus compañeros de bancada. Castillo, en cambio, tiene a los suyos, a los que quieren un ministerio o un puestito para el sobrino, a los sobones, a los niños y a las niñas. Tienen razón los que señalan que estamos ante una vulneración de la independencia de poderes del Estado, pero le apuntan al culpable equivocado; el sentido inexplicable de ciertos votos y las evidencias cada vez más abundantes de que se compraron lealtades dan cuenta de que este es un Congreso escandalosamente oficialista, monitoreado desde Palacio de Gobierno.
A esta cantaleta plagada de falsedades, se le suman otras. Por ejemplo, la que sostiene que la fiscalía ha iniciado una persecución política para derrocar a un Gobierno del pueblo. Resulta ocioso recordar que fueron investigaciones de corrupción, mucho menos documentadas, las que mandaron a PPK y a Martín Vizcarra a su casa. Castillo parece no entender que llegó al poder en tiempos en que investigar a un poderoso no asusta. O acaso no ha notado que todos nuestros expresidentes, de 1990 en adelante, o están presos, o con juicios abiertos, con sus cuentas congeladas y familiares investigados. ¿Nadine Heredia, Eliane Karp, Eva Fernenbug, Mark Vito le suenan?
Una perla más: el presidente reclama que se respete el principio de presunción de inocencia. A ver, que mucha gente piense que es culpable, no lo hace culpable ni lo manda a prisión. Tampoco se viola este derecho cuando la fiscalía investiga sospechas serias de delito o cuando la prensa usa el condicional para referirse a investigaciones en curso. Cuando no hay una sentencia firme se usa “el presidente encabezaría una red criminal”, no “encabeza”. Esta es la manera de preservar el principio que Castillo invoca, no de escribir sobre la base de falsedades.
Podemos discutir sobre cómo resolver el problema de tener un presidente cuyo entorno más cercano lo sindica como cabecilla de una red criminal. Podemos evaluar las salidas políticas o judiciales ante esta situación vergonzante. Pero basta de mentir, los peruanos estamos agotados de tanto cinismo.