Un maestro de escuela plagiario es doblemente inmoral –como un policía que les roba a los ciudadanos que debe proteger o un médico que infecta a quienes debe curar– porque, además del deber genérico de no plagiar, los profesores tienen uno adicional de inculcar, practicar y hacer cumplir la honestidad intelectual. Una caricatura de Andrés Edery es elocuente: El profesor-presidente les dice a sus alumnos que pueden copiarse, pero solo hasta un 43% para así “mantener el aporte de originalidad”. Lo mismo aplica para la “universidad” que convalida la tesis infractora.

Más allá de que en otros países jefes de Estado y gobierno cayeron con solo revelarse sus plagios –sin siquiera ser maestros–, en el Perú, a pesar de la doble inmoralidad presidencial, no parece pasar nada. Y tampoco con el rosario previo de denuncias que recae sobre Castillo y varios de sus ministros y funcionarios de todo nivel. El politólogo James Q. Wilson y el criminólogo George Kelling acuñaron la “teoría de las ventanas rotas”, según la cual la indiferencia social ante el delito –y sus secuelas visibles, como dejar rotas las ventanas que quiebran los delincuentes– incentiva más delito. El psicólogo canadiense Jordan Peterson llama “decadentes” a quienes no se ciñen a ninguna regla moral. Y hablamos de “cinismo” (distinto de hipocresía) al observar un generalizado (y sarcástico) escepticismo sobre las motivaciones morales de los seres humanos. Una sociedad indiferente ante la inmoralidad flagrante no solo es decadente y cínica; corre el riesgo de volverse psicópata o sociópata.

Psiquiatras y neurólogos discuten sobre las fronteras entre ambos males, pero lo que tienen en común es la tendencia a la violencia, el desprecio por las reglas y la falta de empatía, sentido de responsabilidad y remordimiento. Hay científicos que creen que la psicopatía es innata y la sociopatía adquirida, pero en general los psicópatas suelen ser más meticulosos (y difíciles de detectar); los sociópatas, más inestables e impulsivos. Por sus niveles de improvisación e impudicia, las tropelías gubernamentales se asemejan más a esto último.

Los peruanos –a despecho de virtudes sociales como nuestra ética del trabajo– tenemos comportamientos sociopáticos generalizados. Tengo para mí que acaso el más grave es la generalizada violencia familiar y de género, con cifras récord de espanto –tercer país con más violaciones en el mundo y 90% de impunidad–, lo que deteriora gravemente el tejido social. Según el INEI, un 48% de los niños justifica la violencia. Esto debe de tener correlación –especulo– con la poca confianza interpersonal entre peruanos (la más baja en la región tras Brasil) que, a su vez, Proética relaciona con los altos grados de corrupción. También encuentro sociopático nuestro tráfico urbano: todos hemos visto escenas de choferes de combi atropellando deliberadamente a inspectores de tránsito o policías para evitar multas.

Tan normalizadas están estas presuntas sociopatías que el gobierno actual se ha permitido que penetren, incluso sistemáticamente, en el aparato estatal al nombrar al menos dos primeros ministros con perfiles afines (uno misógino y otro abusador de mujeres); y al ceder a una mafia de transportistas informales el control de la rectoría de esa actividad en el MTC. El riesgo, entonces, no es solo que el Gobierno, o partes de él, devenga sociopático, sino que, por efecto de la teoría de las ventanas rotas, terminemos engendrando una suerte de pacto social implícito con tales características. Una sociedad sociópata.

El filósofo de la UP, Alonso Villarán, sostenía ayer que malentendemos la tolerancia, pues esta no solo se contrapone a la intolerancia, sino también a la permisividad. Es un punto medio aristotélico entre ambos excesos. Se puede, por tanto, tolerar la discrepancia, pero no el delito ni la inmoralidad flagrante. Ahora mismo, en lugar de combatir esos males, estamos dejando que se institucionalicen. Martin Luther King decía –parafraseo– que más nos debe preocupar el silencio de los buenos que el ruido que hacen los inmorales; y el cardenal Desmond Tutu que ser neutral ante la injusticia es tomar partido por la opresión. Por eso, hay que decirlo y en voz alta: estamos no solo ante uno de los gobiernos más ineptos de nuestra historia (o quizás el más), sino también ante uno cuyo estándar moral es crecientemente decadente, cínico y potencialmente sociopático. ¿Reaccionaremos?

Gonzalo Zegarra Mulanovich es consejero de estrategia