Hace siete meses, la revista británica “The Economist” (1 de marzo), en un ensayo de varias páginas, publicó un descarnado y crítico análisis sobre lo que está ocurriendo con el sistema democrático en el mundo de hoy, expresando que si bien el 40% de la población mundial vive en países en los que se realizan elecciones libres y limpias, el avance democrático global se ha detenido y hasta revertido, lo que en parte viene a ser corroborado con los preocupantes acontecimientos recientes que comprometen seriamente las libertades en distintos países de varios continentes.
En el caso del Perú, con todos sus defectos, el sistema político, comparado al de otras experiencias, no anda tan mal, a pesar de que resulta indispensable emprender las reformas constitucionales y legales que vienen demorando demasiado tiempo sin concretarse, las que deben incluir el fortalecimiento de los partidos políticos que atraviesan por una aguda crisis de representatividad.
El gobierno ha sido elegido en elecciones limpias. En lo básico, los tres poderes del Estado se respetan entre sí, aunque no faltan algunos casos de conflicto entre ellos, mientras que los demás órganos constitucionales que completan el enmarañado aparato estatal, si bien exhiben deficiencias, pueden y deben corregir estas con los instrumentos jurídicos previstos en la Constitución y las leyes vigentes.
No es que estemos bien, pero lo cierto es que no andamos tan mal en términos comparativos con los demás países de la región, en muchos de los cuales los retrocesos son visibles y, además, ciertamente preocupantes.
En el Perú se respetan tanto la libertad de prensa como la de opinión, lo que resulta indispensable para hacer del sistema democrático una realidad tangible, así como tampoco existen limitaciones a la incursión y penetración cada vez más efectiva de las redes sociales, todo lo cual influye favorablemente sobre nuestro sistema político. Esto permite realizar mejor la necesaria fiscalización a los funcionarios y organismos públicos, así como a los tres poderes del Estado.
La sociedad en su conjunto se siente protegida por una prensa libre, que en otros tiempos estuvo en gran parte cautiva por acción del gobierno de turno que buscaba hacer trascender solamente lo que él decidía.
Sin embargo, nos queda un largo trecho por recorrer para que la democracia representativa se asiente con firmeza, para lo cual hace falta que nuestros políticos entiendan que aunque se gobierne con una mayoría, esta, sin perder sus objetivos programáticos centrales, debe saber escuchar a las minorías y recoger sus puntos de vista, para lograr los mayores consensos posibles.
Nuestra democracia representativa es todavía joven y aún frágil. No olvidemos que recién tuvo su primer gobierno civil en 1872, mientras que la estadounidense y la francesa, en las que nos inspiramos, datan de casi cien años antes, y están sólidamente consolidadas, incluso habiendo superado dos conflagraciones mundiales. A partir de 1989 la democracia se expandió a toda Europa, comprendiendo a la oriental, sacudiendo a la Unión Soviética, que terminó disolviéndose, aunque hoy preocupa que Rusia parezca todavía no entender los alcances del libre juego de las fuerzas democráticas.
Al Perú hoy, más allá de la indispensable recuperación económica, le interesa que las instituciones en que se sustenta la democracia representativa se vayan consolidando y no debilitando, de forma que el actual gobierno pueda entregar la posta el 2016 al venidero, habiendo mejorado el funcionamiento del sistema político con instituciones más sólidas, corrigiendo así las deficiencias congresales, y con un presidente ejerciendo plenamente sus funciones constitucionales.