El Perú es considerado, con razón, una de las democracias de mercado más exitosas de la región. Su desarrollo notable ha ocurrido a pesar de grandes deficiencias –como los crecientes conflictos políticos, un Estado de derecho defectuoso y un sistema débil de partidos políticos– que se están convirtiendo cada vez más en obstáculos para el progreso. El temor de que pueda surgir algún político populista que cambie las reglas del juego o que la dinámica política cree un alto nivel de inestabilidad nunca ha desaparecido.
Con la censura a la primera ministra y el nombramiento de Pedro Cateriano en su lugar –todo siguiendo el proceso constitucional, por cierto– vale la pena preguntar si el mismo sistema presidencialista del Perú es una fuente de los problemas que afligen al país. El inusual esquema peruano que incorpora la figura de primer ministro es una mezcla de sistemas que ha sido llamado “seudoparlamentario” por algunos y a veces “seudopresidencial”, como por José Luis Sardón. En realidad, se acerca mucho más al presidencialismo.
Desafortunadamente, el récord de los regímenes parlamentarios en los que las mayorías legislativas determinan el Poder Ejecutivo, es superior al de los sistemas presidenciales en cuanto a estabilidad democrática. El destacado politólogo Juan Linz documenta que el presidencialismo perjudica especialmente a los países en desarrollo. Según él, tales regímenes tienden a alentar más la corrupción y los cultos a la personalidad. Además, muchas veces degeneran en autoritarismo, en parte porque la misma separación de poderes entre el presidente y el Congreso puede crear diferencias políticas serias que buena parte del electorado luego considera que solo se pueden resolver a la fuerza. El vigésimo tercer aniversario del autogolpe de Fujimori, que se conmemora este fin de semana, nos recuerda la relevancia de tal observación para el Perú (para no hablar de su relevancia histórica y contemporánea en América Latina).
Estados Unidos, dice Linz, es “la única democracia presidencial con una larga historia de continuidad constitucional”. Es la excepción. Un libro nuevo de F.H. Buckley, profesor de derecho en la Universidad George Mason, sin embargo, argumenta que el sistema estadounidense está llevando a la concentración de poder en el presidente y a la pérdida de libertades. EE.UU. ha caído en los índices de libertad económica y de democracia, estando muy por debajo de varias democracias parlamentarias.
Una de las razones radica en que el presidente, siendo independiente del Congreso, ha acumulado un poder enorme a través del Estado regulatorio en el que las agencias federales tienen mucha autoridad discrecional y responden al Ejecutivo. Los poderes del presidente respecto a la seguridad nacional también son enormes y han permitido abusos significativos en las agencias de inteligencia, y que el presidente por sí solo embarque al país en guerras. En los sistemas parlamentarios, esos excesos son más controlables y la rendición de cuentas por parte del ejecutivo es mayor, según Buckley. Él admite que la ausencia de la separación de poderes puede facilitar un activismo legislativo perjudicial, pero dice que también facilita la reversión de malas leyes.
No es realista pensar que un cambio del sistema peruano a uno parlamentario pueda ocurrir en el futuro cercano. Quizás lo más factible sería reformar el sistema electoral, tal como recomienda Sardón, sustituyendo la representación proporcional que conduce a la fragmentación del sistema de partidos, con la representación de mayorías que conduciría a una mayor rendición de cuentas y a partidos más estables.
Es algo para considerar. Mientras tanto, la conducta que elija el nuevo primer ministro jugará un papel importante en la estabilidad democrática y desarrollo del país.