(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Andrés Oppenheimer

Después del huracán Irma, recibí numerosos correos de amigos y familiares preguntándome si esta ciudad donde vivo será tragada por el mar o arrasada por los huracanes en las próximas décadas. Mi respuesta a todos ellos es: “Tranquilos, Miami no va a desaparecer”.

Es cierto que, hasta que llegó Irma, nunca habíamos visto ríos de agua en Brickell Avenue y otras calles del centro de Miami. Y también es cierto que el calentamiento global está produciendo eventos climáticos cada vez más extremos, a pesar de la afirmación irresponsable del presidente Trump de que el cambio climático es un “engaño”.

Incluso antes de Irma había muchas señales de advertencia de que algo raro está pasando, incluyendo la aparición de criaturas marinas en las calles de Miami Beach.

El ex vicepresidente y premio Nobel estadounidense Al Gore me mostró durante una entrevista reciente un libro con una fotografía de un pulpo flotando en un garaje de Miami Beach. Aparentemente, el animal llegó allí llevado por una combinación de mareas altas y la subida del nivel del mar.

La elevación media de Miami es de seis pies sobre el nivel del mar, y el aumento proyectado del nivel del mar –a menos que la humanidad logre reducir las emisiones de carbono que aceleran el calentamiento global– será de dos pies para el 2060 y siete pies para el 2100, según el Consejo Climático Regional del Sureste de la Florida.

Un reciente titular de BusinessInsider.com decía: “Los científicos dicen que Miami podría dejar de existir durante la vida de nuestros hijos”.

Bueno, no tan rápido. Para empezar, incluso en el peor de los casos –la posibilidad poco probable de que sigamos teniendo presidentes estadounidenses que nieguen el cambio climático y no hagan nada para combatirlo– ciudades costeras como Miami y Nueva York no desaparecerán.

Estas ciudades tendrán que gastar más dinero para comprar bombas de agua y elevar las calles, y serán más caras para quienes vivimos en ellas, pero no dejarán de existir.

En segundo lugar, habrá nuevas tecnologías y nuevas normas de construcción para luchar contra la subida del nivel del mar. Al igual que los códigos de construcción cambiaron después del huracán Andrew en 1992 y ayudaron a prevenir mayores daños causados por los huracanes en la actualidad, la tecnología producirá nuevas bombas de agua, válvulas y muros de contención al mar.

Kenneth Broad, experto ambiental de la Universidad de Miami, está entre quienes temen que tendremos que pagar impuestos más altos para pagar por la adaptación al cambio climático, lo que podría hacer de Miami una ciudad donde solo podrán vivir los ricos.

Idealmente, Miami podría convertirse en una ciudad líder en la experimentación de tecnologías innovadoras contra la subida del nivel del mar. Pero, desafortunadamente, Trump y el gobernador de Florida, Rick Scott, no están apoyando este tipo de iniciativas, agregó Broad.

Sin embargo, estoy seguro de que los futuros líderes estadounidenses serán mucho menos obtusos que Trump o Scott. Ya lo estamos viendo en estados como California, Nueva York y varios otros, cuyos gobernadores se han comprometido recientemente a cumplir con los objetivos del Acuerdo de París sobre el cambio climático, a pesar de la retirada de Trump de dicho acuerdo.

Hay razones para preocuparse por la economía de Miami, incluyendo la retórica antiinmigratoria de la administración actual y las restricciones de visados, que ya están perjudicando a las industrias del turismo y las convenciones.

Pero el aumento del nivel del mar no se tragará a Miami en el futuro previsible. Más bien, si no se hace nada a escala global para combatir el cambio climático, la convertirán en una ciudad mucho más cara para vivir.

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