Los desastres naturales son oportunidades para los políticos atribulados. Les quitan de encima un peso insoportable, nada menos que el rechazo de dos tercios del Perú y las protestas con más de 50 muertos, y les ponen uno muy dramático, pero que sí pueden manejar porque tenemos un aparato preparado para hacer ese trabajo sin que le pongan obstáculos.
Un ejemplo de la historia reciente: PPK, en el verano de El Niño del 2017, bajo el lema de “una sola fuerza”, recibió un apoyo plural de las fuerzas políticas y creyó, por un rato, que concluiría firme su mandato en el 2021. Pasó el verano y le cayó encima un durísimo invierno que acabó en su primera moción de vacancia. Dina Boluarte podría estar divisando y encandilándose, ahora mismo, con un espejismo fechado en el 2026 similar al que vio PPK en el verano del 2017.
Las Fuerzas Armadas, por ejemplo, han aprendido cada vez más a usar su logística para la defensa civil. El actual ministro del rubro, Jorge Chávez Cresta, ha sido jefe del Indeci (Instituto Nacional de Defensa Civil) y no dudo de que va a tener un papel destacado en las actuales emergencias. ¿Pero se ha confirmado que el huaico trágico con cuatro decenas de muertos en el poblado camanejo de Secocha es un desastre aislado o parte de un fenómeno masivo y de cuidado? No que sepamos. ¡Ojalá que no sea así!
La tragedia de Secocha, sin embargo, fue suficiente alarma para que Dina Boluarte dejara su confort limeño y viajara en la mañana de ayer a la zona junto con toneladas de víveres y abrigos. El silencio oficial ante el sabotaje congresal del adelanto de elecciones fue reemplazado por la subida al huaico. Disculpen si sueno muy descarnado, pero tenemos que analizar la conducta de los actores políticos por encima del drama. De hecho, el Gobierno tiene que atender los desastres naturales, pero es mejor que lo haga con la eficiencia de quien asume una obligación de Estado, evitando las postales paternalistas que podrían resultar forzadas e impertinentes.
Si una atención sobria y eficaz del desastre logra subir la aprobación de Boluarte, en buena hora, pero lo más probable es que pase el impacto de la emergencia en Camaná y volvamos a la irrespirable tensión política. ¿Podría esta llegar a un punto muerto parecido a la paz? Eso es muy difícil, diría que imposible, si se mantiene el mismo perfil de gobierno poco dialogante.
Otro silencio, más bien pachocha, que preocupa es el de la fiscalía que no brinda resultados que sirvan para aplacar la ira opositora ante los muertos. Dina Boluarte, si no tiene vocación de renuncia y quiere quedarse como el Congreso, tiene que dar un giro radical a la línea dura que encarna su primer ministro Alberto Otárola.