Oswaldo Molina

Para el , las lluvias y los no son ninguna novedad. Sabemos con certeza que cada cierto tiempo volveremos a ser testigos de estos recurrentes eventos climáticos. No en vano están aún frescas en nuestra memoria las terribles imágenes del fenómeno de El Niño costero del 2017, mientras ya debemos enfrentar las fuertes lluvias que vienen azotando nuestro país. Cualquier planificación en el Perú debe, por lo tanto, tomar en cuenta la propensión de nuestro país a los desastres naturales; los que, lamentablemente, no solo seguirán ocurriendo, sino que quizás lo harán con cada vez mayor intensidad. Lluvias, huaicos e inundaciones no pueden encontrarnos una y otra vez desprevenidos.

La costa norte nuevamente es la región más afectada. De hecho, según el Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastres (Cenepred), casi la mitad de las personas que, entre marzo y mayo de este año, se encuentran en riesgo alto o muy alto de ser afectados por inundaciones son precisamente de las regiones de Lambayeque, La Libertad, Tumbes y Piura. Los daños en estas regiones ya se vienen acumulando. A las familias afectadas se le deben sumar, por supuesto, escuelas, postas médicas e infraestructura en dichas regiones. Y es que las consecuencias negativas de los fenómenos naturales son bastante extensas: pérdida de vidas humanas, daño a la infraestructura (como colegios, viviendas, carreteras), inundación de hectáreas de cultivos, entre otros. Todos estos efectos son visibles y, debido a su terrible impacto inmediato, acaparan nuestra atención. Sin embargo, también existen otros efectos invisibles igual de importantes. Así, un reciente estudio de Pazos y otros investigadores (Pazos, et al., 2023) analizó el efecto de las lluvias en el desarrollo de habilidades cognitivas de un niño durante sus 1.000 primeros días de vida. Ellos concluyen que, en el caso peruano, las lluvias generan un efecto negativo en el desarrollo de habilidades cognitivas fundamentales, pudiendo incluso afectar la memoria de largo plazo. Asimismo, este tipo de desastres aumenta la inseguridad alimentaria y disminuye el estado nutricional del niño. Una posible explicación detrás es la menor inversión de los padres en una alimentación balanceada para sus hijos, dada las restricciones económicas a las que se enfrentan.

Ahora bien, como mencionaba al inicio, no se trata de esperar sin tomar acción a que vuelvan a ocurrir estos desastres climáticos, sino más bien de prevenirlos. Dentro del presupuesto de cada año, el Estado asigna un monto para la reducción de vulnerabilidad y atención de desastres. No obstante, entre el 2016 y el 2022 poco más de la mitad de los recursos destinados a los tres niveles de gobierno (nacional, regionales y locales) para esta partida han sido ejecutados. Si solo analizamos el 2022, por ejemplo, los gobiernos regionales en el norte no han invertido precisamente de manera oportuna para la prevención de desastres: Piura (48%), Lambayeque (47%) y La Libertad (55%). Y son estas mismas regiones las que justamente registran menores niveles de ejecución de esta partida en promedio para el período entre el 2016 y el 2022. Una de las principales causas, si no es la primera, de un nivel de ejecución tan bajo es la capacidad de los funcionarios públicos en la gestión y prevención de riesgos. En el 2019, el 51,7% de las municipalidades del ámbito nacional reportaron que requerían una capacitación sobre la evaluación del riesgo de desastres. Si a esto le sumamos que seis de cada diez peruanos creen que el principal problema de los funcionarios para invertir en la prevención es la corrupción (Ipsos, 2023), el panorama se vuelve más desolador.

La falta de prevención y el desorden están a la orden del día. Recordemos, por ejemplo, que, de acuerdo con ECData, uno de cada tres gobernadores regionales no presentó acciones para la prevención de desastres en su plan de gobierno. Necesitamos con urgencia desarrollar una mayor cultura de la planificación y la prevención, que empiece precisamente por capacitar a los funcionarios públicos para que puedan ejecutar la inversión asociada a la prevención de desastres. Además, es importante articular un plan de acción para la planificación urbana, contención y atención de emergencias entre los tres niveles de gobierno. No olvidemos que, como señala el Cenepred, por cada dólar invertido en prevención, nos ahorramos siete dólares en recuperación. La mejor manera, por lo tanto, de afrontar estos desastres naturales y ayudar a los damnificados no solo es trabajar con diligencia para resolver los efectos negativos generados hoy, sino esforzarnos para que estos no vuelvan a darse.

* Esta columna ha sido escrita con el apoyo de María José Dibós.

Oswaldo Molina es director ejecutivo de la Red de Estudios para el Desarrollo (Redes)

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