Un buen amigo me compartió este martes un interesante cuadro que ranquea a los países en la llamada inequidad intergeneracional, es decir, cuánto le cuesta a un hijo o nieto mejorar socialmente en su bienestar respecto de su padre o abuelo.
La investigación ‘Desigualdad de generación en generación, Estados Unidos en comparación’ fue realizada originalmente por Miles Corak de la Universidad de Ottawa e IZA en mayo del 2016. Desde entonces, se han realizado actualizaciones con información más reciente.
Lo que llama profundamente la atención de esa investigación es que en las antípodas de la inequidad intergeneracional están, en un extremo –el del mejor resultado– países nórdicos como Noruega; mientras que, en el otro extremo –es decir, el país en el que es más difícil avanzar de forma intergeneracional– está, tristemente, el Perú.
Eso en simple quiere decir que mientras que en Noruega una persona que nació en un hogar con determinadas características sociales no está condenada a seguir ese sino y puede moverse en bienestar a otros niveles sociales con una gran facilidad, en el Perú sí está condenada a seguir el derrotero de sus predecesores generacionales.
En el Perú de acuerdo con ese cuadro, los niños ricos están predestinados a crecer y convertirse en adultos privilegiados y los niños pobres a ser adultos con restricciones económicas. Eso habla de países en los que hay grandes niveles de rigidez social. Mientras en Noruega, es muy fácil moverse socialmente, en el Perú es muy, muy difícil.
Estructuras sociales rígidas provocan inequidad de acceso a oportunidades, pero peor aún, universos encapsulados que no se tocan o no quieren tocarse.
¿De qué depende que una persona pueda hacer suya esa frase que reza: “no importa de dónde saliste, si no a dónde puedes llegar”?
El estudio plantea una relación interesante respecto a las familias, los mercados laborales y las políticas públicas. Y destaca que en la lucha por tener menor inequidad intergeneracional es fundamental ser parte de la clase media o tener la opción de moverse a ella, pues esta, es el colchón de la movilidad social.
Cuanto mayor sea la capacidad de las familias para invertir en sus hijos en condiciones fundamentales como la salud y la educación, tanto en términos monetarios como no monetarios, es más probable que los niños desarrollen el capital humano suficiente para tener éxito en la construcción de sus futuros laboral y personal. Y esa inversión es, ciertamente, compartida con el Estado, cuando existen servicios públicos más extendidos.
En cuanto a las políticas públicas, el estudio lo que plantea es que cuanto más se orientan estas a mejorar la situación de los más desfavorecidos, mejores serán las posibilidades de tener el “campo de juego” más nivelado. Y junto con todas estas consideraciones objetivas, también se reconoce algunas de carácter valorativo como, por ejemplo, querer parecerse entre sí o, en otras palabras, estar orgulloso de ser parte de ese gran colchón social que es la clase media.
Hace poco escuchaba decir en un evento online a un expositor español estar muy orgulloso de ser un hombre afortunado de vivir en el Perú en buena situación, gracias a una educación escolar y universitaria públicas que todo el mundo allá en España recibe. Su testimonio me hizo recordar lo feliz que me sentí cuando en Oslo me invitaron a ser parte de una serie de actividades comunitarias en beneficio de mi comunidad más cercana. Me sentí parte de ese colchón nórdico.
Con ausencia de estas circunstancias, la transmisión de la desigualdad de la generación actual a la próxima en el Perú seguirá siendo una película que se reproduzca con el mismo guion que la que vieron las generaciones pasadas.