"La igualdad en la globalización no pasa solo por lo económico, técnico o estratégico, sino por lo ético, filosófico y social, y ello significa poner por encima de todos los intereses la dignidad del ser humano". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La igualdad en la globalización no pasa solo por lo económico, técnico o estratégico, sino por lo ético, filosófico y social, y ello significa poner por encima de todos los intereses la dignidad del ser humano". (Ilustración: Giovanni Tazza)

Según la ONG Oxfam, el 1% de los ricos del mundo acumula el 82% de la riqueza global. Esta entidad calculó, ya desde el 2017, que las ocho personas más ricas del planeta tienen tanta riqueza como la mitad más pobre del mundo. Este hecho ya no es noticia, porque se sabe desde hace unos años, pero lo que sí debería ser noticia es que los gobiernos no hayan tomado medidas técnicas, políticas y económicas para evitar que esto continúe.

La desigualdad es un estado despreciable de la humanidad, salvo para algunos cuantos que creen que debe existir porque, afirman equivocadamente, es propia de la naturaleza humana. Otros la justifican porque tienen beneficios y privilegios, pero, sobre todo, por su situación de poder económico y político, la desean y hasta elaboran teorías para justificarla.

Sin embargo, a lo largo de la historia se ha demostrado que la desigualdad puede reducirse, e incluso eliminarse en algunos pocos países, la mayoría industrializados y de alto nivel educativo.

El ideal de la igualdad lo encontramos en teorías liberales, socialistas y humanistas. Los primeros, promotores de la democracia moderna, lanzaron el grito de libertad, igualdad y fraternidad en la Revolución Francesa. Luego Marx planteó que el destino histórico es la sociedad sin clases. Para los terceros, la igualdad es fundamental para afirmar la dignidad humana. Incluso la encontramos en el mensaje de Cristo.

El sábado 5 de enero, El Comercio entrevistó a uno de los economistas más connotados de Chile, Sebastián Edwards, quien trató diversos temas y dijo que en su país debería haber un capitalismo humanizado; en otros términos, un capitalismo social. “Será un capitalismo menos puro, más inclusivo, más amable”. Entonces, preguntamos: ¿no es ese capitalismo más humano un retorno al Estado de bienestar, adecuado a las exigencias de un mundo globalizado y ajustado a las nuevas exigencias ciudadanas?

Edwards sostuvo que la lección más importante para Chile es el de la igualdad. La consideró esencial y agregó: “En Chile las élites creían que mientras disminuyera la pobreza, no era importante lo que sucedía con la desigualdad. Eso resultó ser un error trágico”.

¿Acaso no sucede lo mismo con las élites económicas –y políticas– peruanas que tienen la misma creencia? En nuestro país las élites, sobre todo la empresarial, creen en este enunciado. Encontramos frases como “todo es crecimiento, lo demás ilusión”. “Con el crecimiento vendrá el chorreo”. “Mientras más se crece, más se reparte”. ¿Pero es así a nivel mundial?

Todos los sistemas económicos, desde el capitalista fordista hasta el socialismo de Estado, apostaron por el crecimiento. Es cierto que después de la Segunda Guerra Mundial empezó a disminuir la desigualdad en Europa Occidental pero gracias al Estado provisor, llamado de bienestar, dentro de una propuesta económica conocida como economía social de mercado, concepto que es un bello enunciado constitucional en el Perú, fuera de nuestra real economía solo de mercado y que genera desigualdades.

De allí la paradoja del capitalismo globalizado reganiano y thatcheriano. Hay crecimiento, pero aumentó la desigualdad o, en algunos casos, disminuyó lo que Edwards llama desigualdad vertical, pero no la horizontal.

Esto se debe a la sociedad líquida como la llama Bauman. Las instituciones del capitalismo fordista, del Estado de bienestar, de los puestos de trabajo estables, incluso de la democracia representativa, como los partidos políticos, han sido arrasados por la inestabilidad del capitalismo globalizado.

Hugo Neira en su excelente reciente libro “¿Qué es la política en el siglo XXI?” se pregunta: “Siempre hubo inseguridad, ha sido un elemento esencial en la vida social del capitalismo. Pero la de nuestro tiempo es diferente. Si alguien es despedido, pese a sus ‘estrategias’, entonces se abre un vacío, que nunca existió en la historia del ‘Homo faber’. ¿Qué pasa cuando los hombres se sienten inútiles, de más? ¿Superfluo, vano? Y no a puñados sino multitudes”.

La igualdad en la globalización no pasa solo por lo económico, técnico o estratégico, sino por lo ético, filosófico y social, y ello significa poner por encima de todos los intereses la dignidad del ser humano. Es un tema de sensibilidad, pero como dice el viejo refrán español: “Ojos que no ven, corazón que no siente”.

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