He tenido la inusual suerte de ser criada por varias generaciones de feministas. Mujeres que nunca aceptaron las limitaciones que la sociedad les imponía simplemente por no haber nacido hombres. Y aunque para algunos el feminismo sea un movimiento innecesario y hasta molesto, debido a que ya hemos logrado, supuestamente, la igualdad, es importante aprovechar el próximo Día Internacional de la Mujer para reflexionar sobre el verdadero estado del aún horriblemente denominado ‘sexo débil’ en nuestro país.
En el 2022, el Perú ocupó el puesto 37 de 146 países en el Índice Global de Brecha de Género del Foro Económico Mundial, una significativa mejora frente al lugar 62 que ocupó en el 2021. Y aunque hay que reconocer el avance, el retroceso está en los detalles. Aunque ha aumentado la cantidad de mujeres en el Parlamento y el acceso a la educación universitaria o técnica, aún nos mantenemos en el puesto 115 en equidad salarial, en el 116 en acceso a educación secundaria, en el 127 en expectativa de vida saludable y en el 98 en tasa de alfabetización.
La Encuesta Nacional de Hogares del INEI nos muestra que casi el 80% de los hombres en edad de trabajar participa en la actividad económica, comparado con un 63,4% de las mujeres. Además, sabemos que el sueldo promedio de los hombres era, en setiembre del 2022, más de un 30% superior al de las mujeres.
Y nadie está libre de las desigualdades en el espacio laboral. Hasta la mujer más exitosa con la que he conversado ha tenido que acelerar el paso un poco más que sus contrapartes masculinas para llegar a donde ha llegado. Alzar la voz un poco más para lograr ser oída. Dormir menos y esforzarse más para que su vida familiar no tenga un costo demasiado alto para su vida profesional. Sonreír cuando le provocaba gritar. Digerir la frustración de la invisibilidad. Cerrar los ojos y concentrarse en que, tal vez, mañana ser mujer será más fácil.
¿Cómo sumarnos al trabajo por la igualdad? En primer lugar, siendo más conscientes de los sesgos que permean nuestras percepciones y decisiones. ¿Por qué una mujer asertiva y ambiciosa nos causa un poco de rechazo, mientras esos mismos atributos en un hombre son sinónimo de liderazgo? ¿Por qué en las entrevistas de trabajo aún nos preguntan si pensamos tener hijos en un futuro cercano?
En segundo lugar, reduciendo el altísimo costo que enfrentan las mujeres por tener hijos e incrementando su acceso a la educación. Desde las políticas públicas, generando un sistema de cuidado y, desde nuestros hogares, repartiendo más equitativamente las labores domésticas.
Y, tercero, y más importante, esforzándonos para que las niñas y las jóvenes crezcan con la plena seguridad de que haber nacido mujer no es ninguna desventaja. Que su voz existe. Que pueden elegir cuándo tener hijos. Que nadie debe violentarlas. Que sus logros, realmente, solo dependen de su esfuerzo. Tal vez así las cosas sí sean mucho más fáciles para ellas en algún mañana cercano.