En común acuerdo con el director de El Comercio, Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada, doy inicio a una serie de divulgación sobre la , porque el conocimiento que no se difunde no llega a la mayoría de los lectores. Creemos que la mejor forma para que continúe la democracia en el Perú es que haya más de esta. La democracia se mantiene y se sostiene no solo a través de instituciones, sino también del conocimiento y la participación ciudadana en los asuntos políticos.

Como sabemos, ella está pasando por una fuerte crisis de confianza y de credibilidad, no solo en nuestro país, sino también en América Latina. Y así como acaba de advertir Julio Velarde, presidente del directorio del BCR, de que la economía en nuestro continente corre el riesgo de ser irrelevante, puede pasar lo mismo con la democracia.

Por ejemplo, ¿cómo puede ser posible que Luiz Inácio Lula da Silva, que fue legítimamente elegido por su pueblo, haya ponderado a un dictador como Nicolás Maduro? O que haya dicho que definir al Gobierno Venezolano como uno autoritario es una “narrativa”, como si se tratase de un cuento inventado por los millones de venezolanos que emigran de su país mientras millones más se enfrentan a una de las más largas de la historia llanera.

Precisamente, construir narrativas para hacer creer que sus gobiernos no son autoritarios es una tarea de las dictaduras. Organizan elecciones en las que siempre ganan y se proclaman como democracias. Pero todo ello es un burdo engaño hacia la opinión pública de sus países y a nivel internacional. Enver Hoxha, un tirano albanés, solía ganar las elecciones con el 99% de los votos a favor. Por supuesto, se trató siempre de un tremendo fraude. Sin ir tan lejos, Manuel Odría, que dio un golpe de Estado contra el honorable presidente José Luis Bustamante y Rivero (rara avis en nuestro país), intentó legitimarse con una elección a la que llamó “la bajada al llano” y encarceló al candidato de oposición, el general Ernesto Montagne, aplicando una ley denominada “de seguridad interior”.

Los que creemos que solo mejorará la democracia con más democracia, tenemos que hacer un esfuerzo tanto teórico como práctico para alcanzar este objetivo.

Durante la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado, yo estudiaba en la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Y si algo se me quedó rondando en la cabeza fueron las palabras que decía mi profesor y luego amigo Rafael Vásquez de Velasco: “La peor de las democracias es mejor que la mejor de las dictaduras”. En realidad, no hay una dictadura buena, porque no puede ser bueno un gobierno que te quita la libertad. Estas palabras caen como anillo al dedo en la hora actual, porque la política en nuestro país ha tocado fondo, a mi manera de ver, por tres razones. La primera, porque la corrupción de muchos políticos y no políticos se ha instalado a lo largo y ancho del país, se ha vuelto estructural. No quiero decir que todos los que intervienen en política sean corruptos, pero esta ha aumentado en este siglo. Segundo, por la extrema polarización, que abre el camino a los discursos de caudillos autoritarios, a la intolerancia y al reconocimiento del otro no como adversario, sino como enemigo. La polarización descalifica al prójimo y hace que solo un criterio quiera imponerse. No hay voluntad de dialogar o, por lo menos, de entender la propuesta de quien tiene ideas diferentes. Tercero, por el desapego ciudadano para participar en política.

Tanto la mercantilización de la política como la polarización se están volviendo estructurales. Para hablar en términos sencillos, son vistas como algo normal. La corrupción es transversal y no cree en ideologías. Por otro lado, predomina la ideologización, no la ideología. La primera es la deformación de la ideología por la manera como uno ve y entiende la vida. Por ejemplo, para un izquierdista no democrático, una dictadura de su mismo signo ideológico se justifica e incluso no es una dictadura. Igualmente, para una derecha no democrática, una dictadura como la de Pinochet o Fujimori se justifica.

Las dictaduras se ven como normales e incluso necesarias; por eso, debemos constituir una cultura de la democracia, para que sus principios y valores se internalicen en cada uno de los peruanos.

Espero que esta serie de divulgación que vamos a iniciar contribuya con ese propósito.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.





Francisco Miró Quesada Rada es exdirector de El Comercio