El resultado de segunda vuelta electoral en Brasil el próximo domingo entre la actual presidenta Dilma Rousseff y el ex gobernador y senador del estado de Minas Gerais, el economista Aécio Neves, se presenta particularmente incierto. Un triunfo de Neves pondría fin a 12 años de gobierno del Partido dos Trabalhadores (PT) y traería en Brasil profundos cambios no solo en la política económica, sino también en su política exterior. De seguro, Neves disminuiría la importancia de la relación con Argentina y Venezuela para acercarse más a los países de Sudamérica miembros de la Alianza del Pacífico. Para el Perú, que comparte con Brasil una frontera de 3.000 km, conexión carretera y una intensa relación económica, el resultado del domingo tiene especial importancia.
De ser elegido el próximo domingo, Aécio Neves deberá enfrentar el difícil reto de gobernar un país en crisis. Una economía estancada y que sufre además de desajustes monumentales e inflación en alza–este año probablemente terminará con crecimiento cero y una inflación en ascenso que se proyecta en 6,7% a pesar de estar contenida por controles de precios de tarifas eléctricas y combustibles–; la cuenta corriente con el exterior será negativa en el equivalente del 3,5% del PBI y las cuentas fiscales presentarán a fin de año un déficit superior al 5% del PBI. Brasil tiene además que soportar el peso de una alta deuda pública que le demanda el equivalente de US$ 121 mil millones al año (5,4% de su PBI) solo para el pago de intereses.
Si Brasil ha de superar su actual crisis y retomar la senda del crecimiento, deberá antes atacar problemas estructurales que se han ido lentamente agravando durante los 12 años en que el PT ha permanecido en el poder. Quizás los desafíos más importantes que hoy enfrenta la economía brasileña se podrían resumir en tres grandes carencias : la baja productividad de su economía producto, en parte, de una excesiva protección industrial; el declinante nivel de inversión; y una alta presión fiscal (38% del PBI) que no se ha traducido en servicios públicos de calidad ni infraestructura física adecuada.
La economía brasileña es fundamentalmente una economía cerrada donde la política comercial está supeditada a una política industrial basada en el mercado doméstico. El Mercosur, prácticamente el único sistema de integración importante para Brasil, es un bloque fundamentalmente cerrado al mundo que propicia una improductiva desviación del comercio.
La poca predictibilidad de las políticas públicas, las elevadas tasas impositivas, los altos niveles de corrupción y la falta de independencia del Banco Central han mellado fuertemente la confianza empresarial. El índice de confianza que elabora la FGV (Fundación Getulio Vargas) ha caído a niveles similares a los del 2009 durante la gran crisis. Como consecuencia, la tasa de inversión está actualmente por debajo del 17% del PBI. Con los actuales bajos niveles de productividad del trabajo y del capital, este nivel de inversión resulta insuficiente para sostener un crecimiento potencial por encima del 2%,—ligeramente mayor que el 1,6% promedio por año que habrá conseguido la Sra. Rousseff en sus cuatro años de gobierno.
La política fiscal no ha contribuido al crecimiento de la economía. No solo está diseñada sobre una alta presión fiscal, sino que se le usa como instrumento para conseguir demasiados objetivos de manera poco transparente. Quizás el caso más emblemático de tal falta de transparencia es el del subsidio de la banca estatal a grandes empresas públicas y privadas vía préstamos a tasas de interés sustancialmente debajo de las del mercado. Particularmente, el BNDES (Banco de Desarrollo Económico y Social) recibe enormes transferencias del Tesoro en forma de préstamos a una tasa de interés menor a la mitad de la tasa de referencia del Banco Central, y también menor al costo de financiamiento del Gobierno Brasileño. El Tesoro incurre así en grandes pérdidas que no se reflejan en las cuentas fiscales.
En caso de ser reelegida, la Sra. Rousseff tendrá igualmente que afrontar los problemas del aumento de la inflación en medio del estancamiento, el déficit fiscal, la baja tasa de inversión y la pesada deuda pública. Pero a diferencia de Neves, ella tendrá que actuar en un entorno de creciente desconfianza, caída de los precios de los activos brasileños, y posible fuga de capitales.