Keiko Fujimori (KF) y su partido estarían en una situación inmejorable para dominar el escenario político, y no solo en el corto plazo, si no fuera por sus problemas internos.
El gobierno da la impresión de estar al garete en muchos sentidos. Aunque sin duda en economía tiene técnicos de primer nivel –Pedro Pablo Kuczynski, Fernando Zavala, Alfredo Thorne, Mercedes Aráoz, etc.–, en política le va muy mal. No tiene partido, su bancada es inoperante, carece de aliados y no posee un equipo de operadores en el Gabinete.
La otra fuerza de oposición, las izquierdas, ya entraron en su natural y recurrente proceso de fragmentación. El Frente Amplio se dividió, Gregorio Santos les disputa las bases, lo que queda de Patria Roja se acaba de romper nuevamente y por todas las regiones pululan caudillos locales y grupúsculos con su propio juego: antauristas, senderistas (Fudep-Movadef) y otros.
De los “partidos tradicionales” –Apra, AP, PPC– hay poco que decir, además que también están escindidos y reducidos a su mínima expresión.
En suma, sería la hora del fujimorismo que podría convertirse en la fuerza política dominante y prepararse para asumir el gobierno en la próxima elección. Pero ellos pueden naufragar pronto también.
Un primer problema es que no entienden su derrota. O no se ponen de acuerdo en las causas de la misma, lo que es muy importante porque determinará qué rumbo tomarán a futuro.
De la boca para afuera –en verdad también tratando de convencerse a sí mismos de que esas candideces son ciertas– le echan la culpa a un supuesto fraude (militares y policías no pudieron votar y hubieran sufragado por ellos); a la malévola campaña de los medios de comunicación (se olvidan de que Alberto Fujimori ganó contra los medios, al igual que Donald Trump); a los ataques de sus adversarios (quizás esperaban que los apoyaran); a las trampas del gobierno anterior (pero el propio Ollanta Humala ganó contra las maniobras de Alan García); a la DEA norteamericana por investigar a Joaquín Ramírez, etc., etc.
En realidad perdieron porque KF no supo y no pudo vencer el antifujimorismo. Hizo un intento, que resultó débil, tardío e incompleto. Comenzó en setiembre del 2015 con el discurso en Harvard, siguió con la separación de la lista parlamentaria de varios antiguos y nuevos candidatos estigmatizados, la incorporación de un ex funcionario de Humala a su fórmula presidencial, y poco más.
Pero necesitaba mucho más. Por ejemplo, no bastaba excluir a Ramírez de la lista parlamentaria, pero lo dejó como secretario general hasta el final. Y en la segunda vuelta su discurso y sus actitudes se hicieron más típicamente fujimoristas, por decirlo de alguna manera, convenciendo a los indecisos que “tú nos has cambiado, pelona”, como le dijo PPK en el debate.
No obstante, hay personas que creen que perdieron precisamente por esos pequeños cambios. Por ejemplo, Diana Seminario, a la luz del triunfo de Trump, le dice que ahora tiene que ser más conservadora, más fujimorista. (El Comercio, 14/11/16).
Y aquí viene el segundo problema. Kenji Fujimori cree lo mismo y lo dijo después de la primera vuelta: si su hermana perdía, él sería el próximo candidato. Después se rectificó, pero en realidad piensa eso y está actuando en función de eso. Recorre el país regalando cosas y aprende quechua. Claramente pretende ser candidato a la presidencia, con el apoyo de su padre.
Ahora KF tiene un dilema de difícil solución. Si decide realmente ‘aggiornarse’, la ruptura es casi segura. Kenji encabezaría, con la vieja guardia y parte de la nueva, un “fujimorismo auténtico” con el apoyo de su padre. Si KF retorna a sus orígenes, no solo correrá el riesgo de estrellarse por tercera vez con el sólido muro del antifujimorismo, sino que ya ha perdido credibilidad con su propia gente por sus veleidades de cambio.
Por ahora, KF busca angustiosamente mantener la cohesión de su bancada y el liderazgo de Fuerza Popular, que su hermano amenaza.
El tercer problema es su falta de cuadros políticos experimentados y capaces, como se demuestra en el hecho de que los voceros de su bancada sean casi todos recién llegados y que, además, dejen mucho que desear.
En suma, el contexto es propicio para ellos, pero sus dilemas son de difícil solución.