Javier Díaz-Albertini

En un estudio clásico de la antropología urbana de los años 80, Susan Lobo encontró que las relaciones más poderosas, cercanas y efectivas eran aquellas entre hermanos y hermanas. Hecho que se repite en varias regiones del país. Las difíciles condiciones económicas llevaban a poca presencia parental y el ausentismo y el distanciamiento afectivo de los padres hacia sus hijos marcando así las relaciones entre adultos y niños en el interior de la familia. Los hermanos, en cambio, cuidaban desde muy temprana edad a sus hermanos más chicos, los protegían, alimentaban e imponían disciplina. Con el tiempo, estas relaciones infantiles pasaban a marcar los tiempos y vivencias de los adultos y en la biografía de muchos limeños son sus hermanos y hermanas los que han acompañado sus vivencias y han sido el soporte más importante en su experiencia vital. En la sociedad peruana, la hermandad cobra un peso que no existe en otras sociedades nacionales.

Al tratarnos de hermano en nuestro contexto, nos estamos refiriendo a una relación estrecha y de apoyo. Sin embargo, también es excluyente y excepcional. La relación entre hermanos no es una relación democrática porque es particular y no universalista. No está basada en derechos como la ciudadanía, sino en la excepcionalidad. Por ende, la hermandad, sea de sangre, ritual o simbólica, se ha prestado para encubrir o excusar los peores casos de corrupción y fechorías en nuestra historia.

No olvidemos que el presente ciclo de la actual crisis política comenzó con el escándalo de Los Cuellos Blancos del Puerto. Un grupo compuesto de jueces, fiscales, abogados litigantes y empresarios hermanísimos que se habían apropiado del sistema judicial y pervertido todas sus funciones para favorecer una de las peores redes de corrupción que también alcanzó al, al mismísimo fiscal de la Nación y al Consejo Nacional de la Magistratura.

En una democracia no podemos permitir que se revierta el orden institucional en favor de relaciones familiares, sean reales o simbólicas. Usar la hermandad como pretexto o excusa para mentir y ocultar el enriquecimiento ilícito es una treta infantil. Más aún cuando en las democracias modernas las relaciones familiares siempre deben mantenerse a una distancia marcada de la vida y los andares de la autoridad (contrario al nepotismo). Es sencillo, el hermano que regala o presta tiene derecho a reciprocidad, que es uno de los valores fundamentales en la cultura quechua de los que tanto alardea la señora presidenta. El Rolex no es gratis y deberá ser correspondido en algún momento. Ya teníamos suficiente con Nicanor. Antes la presidenta –además– proclamó que era nuestra madre. ¡Cuántos hermanos más nos querrá endilgar !

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Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología