Si uno dijese que el paro de esta semana en Lima fue esencialmente una protesta de empresarios, a varios les resultará extraño que se afirme tal cosa. Su concepto de empresario quizás no coincida con la descripción de aquella persona que sale a las calles a reclamar por sus derechos. El empresario, pensarán, tiene otras formas de solucionar sus problemas.
Esta semana, algunas voces provenientes del empresariado no solo han desconocido a quienes han salido a protestar, sino que incluso los han acusado de tener una agenda antiempresarial, considerando las pérdidas generadas a tantos negocios que no pudieron operar con normalidad durante el paro.
Alguno por ahí dijo en su cuenta de X que “parando no se logra nada; las cosas se solucionan estudiando, trabajando, avanzando”.
Yo insistiría, sin embargo, en decir que el de esta semana ha sido en buena medida un paro de empresarios. Y, si no lo vemos así, es porque trágicamente tenemos una visión muy restrictiva de lo que significa ser empresario en el Perú.
En buena hora que tengamos empresas referentes que operan desde oficinas en distritos que no están tomados por el desborde de la criminalidad. Pero quienes laboran en ellas, y sobre todo quienes las lideran, tendrían que ser conscientes de que la burbuja que les permite sentirse a salvo está a punto de reventar, si no lo ha hecho ya.
Comenté esta semana yo mismo en mi cuenta de X que los empresarios que (todavía) pueden hacer negocios en entornos seguros deben entender que su interés transversal está mejor representado en la protesta de estos días que en ningunearla, incluso si el efecto de cortísimo plazo del paro es una afectación en su negocio del día.
Pero quisiera ir más allá y sugerir que todos los empresarios peruanos deberían preguntarse por qué no se sienten retratados en aquellos que pertenecen a su misma categoría y que salieron esta semana a marchar. Uno pensaría que, siendo todos empresarios, deberían empatizar con aquellos que están siendo extorsionados o que reciben amenazas a diario contra sus vidas o las de sus hijos.
Quienes valoramos el libre mercado y la libertad de empresa supuestamente entendemos que aquel debe funcionar bajo una lógica meritocrática: cada quien debe ser recompensado por los consumidores según su ingenio, talento o esfuerzo. Pero debemos ser conscientes de que no podemos llenarnos la boca hablando de meritocracia en una sociedad en la que la cancha no está –ni de cerca– nivelada para todos.
Nadie que tenga una visión liberal de la economía podría negar que hay ciertos bienes públicos que el Estado debería asegurar para todos. El más obvio de todos, como comentaba en mi columna anterior, es la seguridad ciudadana.
Si en el Perú de hoy un número pequeño de empresas opera en entornos relativamente seguros pero la gran mayoría de negocios funciona en espacios donde a uno lo pueden asesinar en cualquier momento, no podemos congratularnos por lo liberal o meritocrática de nuestra economía. Porque lo que tenemos es un sistema de privilegios en donde el principal de ellos es la seguridad ciudadana, que solo podemos garantizar para algunos.
Los empresarios que protestaron esta semana no son vagos ni perezosos, como se ha sugerido. Están marchando porque quieren trabajar con libertad y dignidad. El que estando en el sector empresarial no puede empatizar con eso, debe reflexionar sobre qué exactamente está defendiendo.