Si hay algo que ha marcado la pauta (y también la hora) en lo que va de la gestión de Gustavo Adrianzén al frente de la PCM, es el escándalo de los relojes Rolex en el que está envuelta, por cortesía de la frivolidad y la falta de transparencia, la presidenta Dina Boluarte.
Este fin de semana, el combazo en la puerta de la casa de la mandataria remeció el sueño de todos los integrantes del Gabinete, quienes se vieron obligados a salir del letargo propio del feriado y acudir a Palacio de Gobierno a cerrar filas con ella.
Algunos de ellos, sin duda, deben estar incómodos con la situación, pero otros aprovecharon la oportunidad para sacar a relucir –con escaso éxito, hay que decirlo– sus dotes de escuderos, de aplicados émulos de Alejandro Salas.
“Estaré, como siempre, diciéndole la verdad, no solo al Ministerio Público, sino al Perú en general”, dijo el viernes pasado Boluarte. Han transcurrido nueve días y la verdad sigue sumando minutos sin aparecer. Ayer, muchos esperaban que aclarase por fin el origen de sus Rolex o de los sospechosos depósitos a sus cuentas que fueron advertidos por la UIF y revelados por este Diario. Las expectativas fueron en vano. Nuevamente optó por victimizarse y culpar a la prensa por una situación que ella misma ha provocado.
Este miércoles 3, el Gabinete que encabeza Adrianzén se presentará ante el pleno del Congreso para solicitar el voto de investidura. Es bastante probable que las bancadas que tienen la sartén por el mango mantengan su respaldo al Gobierno. En el debate tendremos airadas intervenciones, indignación para todos los gustos e innumerables menciones a los relojes o al informe de la UIF. Quizás se ofrezcan en bandeja y tras bambalinas las cabezas de algunos ministros insostenibles. Habrá mucho susto, pero pocas sorpresas. El Consejo de Ministros saldrá golpeado pero investido y nuestra crisis perpetua continuará su curso inexorable hacia el próximo escándalo doméstico.