El gobierno de Dina Boluarte se caracteriza por una pobre ejecución en materia de política pública, pero lo que agrava aún más la situación es su incapacidad para comunicar siquiera esa mínima gestión. Boluarte ha fallado tanto en la acción como en el relato. El jueves, durante la inauguración de una escuela, respondió a las acusaciones sobre su falta de comunicación declarando que ella se comunica “con trabajo, con resultados, con hechos, con obras”. Añadió que su forma de comunicar es “el abrazo, la sonrisa, el sentimiento que nace del corazón”, como si los gestos vacíos pudieran reemplazar a las políticas concretas y estructuradas que el país tanto demanda.
Lo que no se comunica no existe, y este gobierno no ha logrado sembrar narrativas políticas que conecten con los ciudadanos. Cada vez que Boluarte se dirige a las cámaras evidencia una desconexión preocupante con las necesidades urgentes del país. El Plan Boluarte, anunciado en el 2023 con gran pompa para luchar contra la inseguridad, no fue más que un eslogan vacío; otra muestra de un gobierno que no tiene ni la capacidad ni el interés para ejecutar las políticas que publicita.
Los dichos de Boluarte se han convertido en insumos para memes, parte de una colección que bien podría tomar en cuenta en su próxima edición la excongresista y comunicadora Alejandra Aramayo, quien escribió “Por Dios y por la plata: Antimanual de comunicación política”. El libro no solo es una colección de lamentables frases dichas por nuestra clase política, sino que teoriza sobre los principios comunicacionales que deben regir entre quienes aspiran al liderazgo. Quizá sería prudente que nuestras autoridades, comenzando por la presidenta, tomen nota de ello.
La presidencia de Boluarte no solo ha fallado en la ejecución de políticas públicas fundamentales, sino también en la narrativa que pretende construir para justificar su gobierno. Un liderazgo que contradice sus palabras con la falta de acción solo puede generar desconfianza. Lamentablemente, en este caso, ni las palabras ni los hechos han estado a la altura. La gestión de Boluarte es la imagen viva de un liderazgo sin consistencia. Mientras el país enfrenta una crisis de seguridad sin precedentes y los ciudadanos somos testigos de la incompetencia estatal para ofrecer soluciones concretas, el discurso vacío de la presidenta solo contribuye a reducir su figura a la irrelevancia.
El Perú no necesita más gestos simbólicos ni planes bautizados con nombres que ensalzan a quienes ya han demostrado ser incapaces de liderar. Lo que el país demanda es un liderazgo capaz de enfrentar la inseguridad, la pobreza y la desconfianza institucional con hechos concretos y una comunicación coherente.