El incidente con los relojes Rolex revelado por La Encerrona demuestra el bajísimo nivel (no llega ni a mediocre) que existe en Palacio de Gobierno y, sobre todo en la propia presidenta Dina Boluarte, para manejar esta crisis y, pienso, cualquier otra.
Al cierre de esta columna, el Ejecutivo no ha logrado construir una narrativa medianamente creíble sobre el origen de los relojes y solo ha optado por la ya clásica referencia a que la respuesta se dará ante el Ministerio Público y que todo debe investigarse. Es obvio que todo debe investigarse, pero los políticos tienen que rendir cuentas al país, no solo a los fiscales y jueces.
Como el Congreso y el Ejecutivo andan hermanados en su intención de sobrevivir hasta el 2026, y ningún actor de nuestra política tiene el peso para poner en verdaderos aprietos al otro, los escándalos pueden quedar flotando en el aire y no pasa nada. Ejemplos de impunidad política y legal abundan.
Ciertamente hay temas más relevantes que el de los relojes, pero este escándalo sirve para graficar las carencias de nuestra mandataria y la frivolidad con la que ejerce el poder. En cuanto a las carencias, ya sabemos que la presidenta ha sido parte activa del proyecto de Perú Libre (y su ideario), ministra y vicepresidenta de Pedro Castillo que, al mismo tiempo, firmaba papeles del Club Departamental Apurímac. No le pidamos peras al olmo, no van a brotar. Boluarte trata de vender el mensaje de estabilidad, pero cada vez le cuesta más transmitirlo porque no tiene mayores capacidades ni conocimientos.
El asunto es útil también para darse cuenta de que los ministros juegan en la misma liga que la mandataria. La reacción del jefe de Gabinete Gustavo Adrianzén (responsabilizando a la prensa) y la de la titular del Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento, Hania Pérez de Cuéllar (diciendo que ella compró un reloj de esos en China, seguro imitación), son verdaderamente lamentables. A estas alturas, incluso pienso que la presidenta puede estar extrañando al extitular del Consejo de Ministros Alberto Otárola.
No es que el exministro sea un máster de la política, pero me queda la idea de que hubiese tenido un mejor manejo de la crisis, así como logró, de alguna manera, controlar su propia caída luego de la difusión de unos audios íntimos. No es una buena señal que el primer incidente grave de Palacio en la era pos-Otárola haya sido tan mal manejado. Si no hay una corrección rápida, queda la sensación de que cualquier cosa puede llegar a desestabilizar a este gobierno.
Y, hablando se sensaciones, también queda la de que, si el personaje de los Rolex fuese otro, uno que, por ejemplo, usaba sombrero, las cosas y las velocidades serían distintas. La aplicación selectiva de las normas e instituciones jurídicas es un sello de este Congreso. Si el presidente fuese otro, esta semana ya estaríamos, seguramente, votando una vacancia. El doble estándar como regla no lleva a ningún lado.