El avión presidencial y la comitiva oficial que acaba de transportar a la presidenta a Europa ha estado (literalmente) en las nubes durante los últimos días. En el caso del viejo Boing 737-528 de nuestra Fuerza Aérea (que tiene 28 años) y su tripulación, se trata de una actividad cotidiana. En el caso de la señora presidenta Dina Boluarte y su equipo, también, pero por acepciones distintas a lo que significa estar entre cúmulos, cirros y estratos.
Empecemos por la ausencia de reflejos para mandar un avión a repatriar a nuestros compatriotas varados en Israel luego del brutal ataque terrorista de Hamas. No esperaba que el Perú sea el primer país de la región en enviar una aeronave para el auxilio, pero sí, al menos, que hayamos sido de los primeros en imitar la correcta iniciativa de nuestros vecinos.
La decisión llegó tarde y luego de mucha presión. La presidenta y sus ministros, en particular el primer ministro Alberto Otárola y la canciller Ana Gervasi, no vieron la urgencia de la decisión ni el espacio que se abría teniendo justamente al avión presidencial cerca de la zona que hoy enfrenta una guerra y en medio de un viaje con una agenda intrascendente. Mejor tarde que nunca, pero esa indolencia con los nuestros es una muestra más de que avanzamos sin norte.
El ‘talento’ para sobrevivir en el Perú no es poca cosa, pero cada vez que el Gobierno tiene que tomar decisiones que implican, justamente, gobernar, lo hace sin plan ni convicción. Podíamos tolerar esas carencias en los primeros meses de gestión. Más allá de que la presidenta fue elegida junto con Pedro Castillo y con el plan de gobierno de Vladimir Cerrón, felizmente decidió gobernar con quienes eran sus opositores y resultaba un tanto excesivo exigir grandes agendas al principio. Pero ya vamos diez meses de gobierno y, aunque seguimos estando mejor que con Pedro Castillo (la vara de comparación es extremadamente baja), los desaciertos e inercia del Ejecutivo se van haciendo más evidentes.
La semana pasada, el Instituto Peruano de Economía (IPE) informó que había revisado a la baja sus pronósticos de crecimiento de la economía para este año, pasando del 0,8% al 0,3% de proyección. Según el IPE, este sería el peor resultado desde 1998, sin considerar los años de pandemia. Seguramente es posible explicar algunas de las causas de la caída en efectos externos o en decisiones que se tomaron en la gestión Castillo, pero a diez meses de gobierno no se percibe nada en el panorama que pueda hacernos creer que existe algún plan para sacarnos del hoyo.
En este momento, el Ejecutivo cuenta con facultades delegadas (porque las pidió y el Congreso que lo soporta las aprobó) para legislar en temas relacionados con seguridad ciudadana y el fenómeno de El Niño. Aunque de tanto en tanto escucho que hay un Con Punche algo (lo van decorando distinto, según el tema) para reactivar la economía, lo cierto es que no hay noticia sobre alguna acción concreta para ello.
El entendimiento político entre el Congreso y el Ejecutivo puede resistir la impunidad política, pero difícilmente una crisis económica. No es muy difícil verlo, ni siquiera desde las nubes.