La confianza y la credibilidad son, en todos los campos, dos valores difíciles de conseguir, que están ligados a la reputación de uno; esto es, al prestigio.
Quien goza de este, tiene que ser consciente de la responsabilidad que ello acarrea, lo que, sin lugar a dudas, deberá guiar sus actos, que tendrán que ser acordes con este. Lograr reputación, prestigio, confianza y credibilidad no es fácil y demanda tener una conducta que, en una trayectoria de vida, merezca tales reconocimientos. Si bien es difícil alcanzar estos valores, lo más difícil es conservarlos, porque, si algún acto los quiebra, será imposible recomponer lo que se tenía; siempre quedará una marca, un sello, que será visible y que, frente a cualquier nuevo acto discutible, actuará como lo hace el pistón de un motor.
Muchas personas que alcanzan un cargo público creen gozar de los valores que estamos mencionando, como si estos vinieran ‘per se’ con el cargo. Craso error. El cargo no hace a la persona, es la persona que ocupa un cargo quien con su conducta realza este y se hace digno de él.
Parece que la señora Dina Boluarte considera que ejercer la Presidencia de la República, ser la primera presidenta mujer en nuestra historia republicana o ser provinciana son galardones que por sí mismos le dan una suerte de estatus especial que la libera del cumplimiento de obligaciones elementales y que el solo hecho de estar sentada en el sillón presidencial le transmite una reputación, un prestigio, una confianza y una credibilidad que ningún ciudadano de nuestro país puede poner en duda, porque hacerlo no solo implicaría actuar de mala fe, sino que afectaría su intimidad y la institución presidencial.
Sería bueno recordarle a la señora presidenta que no existe sillón alguno que transmita, por una suerte de ósmosis, valores; estos solo se obtienen y son objeto de reconocimiento cuando en el ejercicio de la función se demuestra transparencia. Incluso, cuando uno accede al cargo y tiene una trayectoria profesional positiva no puede dormirse en sus laureles, pues la exigencia del control público es mayor. Imagínense lo que ocurre cuando se accede al cargo y se carece de trayectoria reconocida.
Levantar los brazos con las manos abiertas, vestirse con una camiseta que tenga impreso el logo que los publicistas del gobierno diseñaron, repetir las frases extraídas de los ‘focus group’ contratados, tener a todo un Gabinete Ministerial parado cual pasmarotes a su lado o repitiendo frases huecas, adjudicarse la maternidad del pueblo peruano, participar en actos con una portátil llevada para la ocasión, aparecer del brazo con gobernadores regionales y alcaldes, o utilizar camisas y cascos blancos llevándose la mano al pecho en cada oportunidad que se pueda son actos de márketing político que ya no son efectistas, porque en ellos no se percibe autenticidad; son sonrisas que se han convertido en muecas. Algo más: generan indignación, porque pareciera que se parte de la premisa de que somos imbéciles.
Diga la verdad, presidenta, usted se debe a la ciudadanía porque personifica a la nación. No hay nada que diga o vaya a decir ante el Ministerio Público que no pueda decir antes al pueblo, salvo que quiera ganar tiempo, como es la impresión que queda después de oír sus mensajes a la nación, en los que da vueltas al tema para finalmente no decir nada. La duda es como una gota de aceite: o se controla rápido o esta se extiende y luego ya es imposible limpiarla. La duda favorece al reo, pero jamás a un político. No lo olvide, señora Boluarte, aunque quizás este consejo ya le llegue tarde.