Mario Ghibellini

En la política, el tiempo transcurre de manera extraña. Unas veces parece estar exasperantemente detenido y, otras, da la impresión de volar sin darnos siquiera oportunidad de registrar los acontecimientos y rostros que la definen en ese momento. Así, mientras en el gobierno de la señora las cosas tienden a permanecer quietas (pensemos, por ejemplo, en la pachocha que se han permitido para tomar las pésimas decisiones adoptadas a propósito de Petro-Perú), los días en los que dictaba lo que se discutía en el Ejecutivo y el Legislativo, y se insinuaba como una candidata presidencial imbatible, son hoy un recuerdo borroso. Esa, por lo menos, es la sensación que hemos tenido en esta pequeña columna al verla asomar recientemente en algunas imágenes difundidas por la prensa a raíz de su comparecencia en ciertos trajines judiciales.

Ilustración: Víctor Aguilar
Ilustración: Víctor Aguilar

La ex primera dama, en efecto, ha sido captada en los últimos tiempos por las cámaras de los medios y se diría que casi en contra de su voluntad. No ha aprovechado ella la ocasión para correr hacia los micros como antaño y se ha mantenido, más bien, lejos del tumulto reporteril, silenciosa y pensativa...Cómo habrá sido de remisa su actitud, que más de un cronista político afirma haber tenido dificultades para reconocerla. Y, en realidad, ese dato no debería de llamar la atención, porque la señora no solo ha reaparecido con mutaciones inesperadas en su comportamiento, sino que ha sometido su testa a un radical replanteamiento capilar. Ha estrenado, digamos, uno de esos tocados que Charly García catalogó años atrás como “raros peinados nuevos”. Y bien por ella, por supuesto, pues todos tenemos derecho a modificar nuestro aspecto según se nos antoje y por las razones que sea. Pero lo que no debemos permitir es que esos reajustes externos nos hagan olvidar los hitos biográficos de la persona que los adopta. Sobre todo, si se trata de alguien que trató de dejar una estela en nuestra historia republicana.

–Desdibujado consorte–

Hagamos entonces memoria para evitar que la ex primera dama desaparezca para siempre del anecdotario político local. Según nos parece recordar, entre el 2011 y el 2016, ella mostró un cierto afán por gorrearle importantes porciones de poder a su marido, el entonces presidente Ollanta Humala (a) “Cosito”. Los episodios estelares de ese picoteo se produjeron cuando, a propósito de la posible compra de los activos de Repsol, la señora Heredia dijo “simplemente no va” y cuando provocó la caída del premier César Villanueva al enmendarle la plana con respecto a un eventual aumento del salario mínimo que él había mencionado. Pero en general se la conoció por dispensar luces verdes y rojas para las distintas iniciativas que pudieran surgir en el gobierno, así como por colarse en las comitivas de los viajes oficiales al extranjero y desfilar frente a las autoridades de los países anfitriones con pasos de pretensión señorial. No en vano su suegro, el hiperbólico Isaac Humala, le regaló en una oportunidad el letal diagnóstico de “borrachita por el poder”. Al final, no obstante, gracias a la aparición de unas agendas indiscretas, todo fue para ella y su desdibujado consorte cuesta abajo en la rodada.

Si determinadas acciones de esos años de protagonismo político tuvieron connotaciones penales, es algo que resolverá en un futuro no muy lejano el Poder Judicial. Pero mientras tanto no dejemos que los batidos de salón de belleza nos revuelvan a nosotros también la cabeza provocándonos amnesias indulgentes. El mejor truco de uno de los personajes centrales de la mitología judeo-cristiana, tengámoslo presente, es hacernos creer que no existe.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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