Esta semana, Dina Boluarte cumplió 487 días en el poder, el mismo tiempo que duró la presidencia de Pedro Castillo.
Castillo llegó al día 487 envuelto en escándalos y habiendo nombrado a más de 80 ministros en ese tiempo, pero con un 31% de aprobación popular (IEP, noviembre del 2022), cifra que cuadruplica el nivel de aprobación actual de Boluarte (7%, según Datum). A pesar de su profunda impopularidad, Boluarte ha logrado alcanzar una suerte de estabilidad –precaria e incierta, pero estabilidad, al fin y al cabo– que Castillo nunca logró. En parte, por la buena relación que mantiene con el Congreso.
La pregunta natural que surge ante la comparación temporal es: ¿estamos los peruanos mejor con Boluarte? Pero no es esta la interrogante que voy a abordar.
Entre las muchas cosas que comparten Castillo y Boluarte, la más importante –en mi opinión– es la negligencia de llegar al poder y no tener idea de qué hacer con él.
El poder va mucho más allá del dinero y la política. El poder implica tener la oportunidad de transformar las vidas de millones de personas. Es privilegio y potencial. Reconocer esa responsabilidad es lo mínimo que tendríamos que esperar de quien sea que nos gobierne. Es algo que ni Pedro Castillo ni Dina Boluarte han sabido hacer.
Las vidas y los futuros que dependen de la canalización del poder hacia los fines adecuados son demasiados como para tomar la búsqueda de poder como un juego.
En el Perú estamos muy acostumbrados a juzgar a nuestros expresidentes por lo que han hecho. Pero no solemos contemplar todo lo que hemos perdido por lo que nunca hicieron. ¿Cuántas veces nos ha costado caro a los peruanos darle el poder a alguien que evidentemente no se preparó para ejercerlo?
Todas las oportunidades robadas y el potencial desperdiciado son imposibles de cuantificar, pero todos sabemos que existen y podemos advertirlo si comparamos el país con otros mejor gobernados.
Por eso, creo que una de las lecciones que debemos llevarnos de los últimos años es reconocer nuestra enorme responsabilidad como votantes. Al convertir a alguien en presidente, estamos tomando una decisión que afectará directamente no solo nuestro propio futuro, sino el de todos los peruanos. No regalemos ese poder a cualquiera.
Ojalá eso lo entendamos no solo los votantes, sino los (probablemente) cientos de personas que en este mismo segundo están contemplando ser candidatos en el 2026.
Si tuvieran el poder... ¿sabrían qué hacer con él?