El título del presente artículo expresa el sentimiento que me causó cuando, poco antes de las 4:30 p.m. del pasado viernes, escuché a la presidenta Dina Boluarte dar su mensaje en cadena nacional, victimizándose, denunciando ser objeto de una campaña sistemática que busca desprestigiarla e intentando explicar que todo se debe a que los peruanos no entendemos el sentimiento de amistad que ella tiene con quien le “prestó” los bienes que exhibió públicamente como propios durante varios meses, alguno de cuyos certificados de garantía fue encontrado en su domicilio en la investigación fiscal en la que se encuentra incursa y respecto de los que, al surgir el escándalo, justificó, con falsía, diciendo que habían sido adquiridos con el fruto de su trabajo y que eran “de antaño”.
Aun cuando, pensándolo bien, el título es errado, pues no debería ser “¡Qué vergüenza!”, sino “¡Qué desvergüenza!”, porque, según el “Diccionario de lengua española”, este término corresponde a un dicho o hecho impúdico o insolente.
La señora Boluarte ha demorado casi un mes para explicar algo que, según ella, no tiene nada de malo, y que, además, es normal con su “wayki”, utilizando una palabra quechua con la que ha querido distraernos. Su poca disposición a absolver interrogantes fundadas de la prensa; la necesidad de leer para decir algo que, según ella, es prácticamente obvio; y tener que escuchar a sus abogados antes de dar una respuesta a la pregunta que se le tiene que formular siempre por segunda vez, pues hace que se la repitan bajo el argumento de no haberla entendido (burda forma de ganar tiempo), dibujan, o desdibujan, para ser más exactos, a la señora Boluarte.
Una imagen vale más que mil palabras, y la imagen que a mí me queda después de esta pantomima es que no aprendemos la lección. Claramente no formo parte del colectivo caviar –que aspira seguramente a promover su segundo Sagasti–, pero me resisto a aceptar que quien representa a la nación de mi país sea una persona con tan poca valoración del cargo que ocupa y lo que esto implica. No hay razón para que tengamos que aceptar o soportar ello. Los partidos que no vean una salida a esta inaceptable situación serán los responsables de lo que venga a futuro; corresponderá pasarles a ellos la factura, aunque esta la habremos pagado los peruanos antes.
A todos los que se enjuagan la boca expresando una postura benevolente frente a lo que estamos presenciando, ya sea porque esgrimen su oposición a toda alternativa que venga del sector contrario, o porque lo justifican en que hay que hacer reformas urgentes al sistema político, o porque indican que si aceleramos cualquier salida seguirán al frente de los organismos electorales los actuales titulares, me permito decirles: ¡fariseos! El Perú no puede aceptar lo que estamos viviendo: ese cinismo y permisividad a la tomadura de pelo.
Quienes asumen esta irresponsable posición están comprando –o quizás recibiendo prestada– la soga con la que seremos ahorcados todos los peruanos. Estamos notificados. Los peruanos ya no aceptamos más mecidas, aguas tibias ni palabras falsas. Hay que conocer la historia para saber lo que se avecina. Lástima que los líderes de los llamados partidos no se preocupen por leerla y crean que también pueden burlarse de ella.