En la lejana Bruselas de 1897, el rey Leopoldo II de Bélgica organizó una feria internacional, una exposición grotesca de exhibicionismo y crueldad. Allí, un puñado de congoleños fueron sometidos a la degradación de ser expuestos como rarezas exóticas para atraer inversionistas y justificar la dominación de Bélgica sobre un vasto territorio africano.
Dentro del Palacio Colonial se construyeron “aldeas” artificiales donde hombres, mujeres y niños, arrancados de sus hogares por la fuerza, eran forzados a representar sus hábitos y costumbres ante una multitud curiosa. Objetos y animales también se exhibían, pero era en esas “aldeas” donde se desplegaba el espectáculo más espeluznante.
Aquella feria duró seis meses, hasta el comienzo del invierno europeo. Algunos de aquellos infelices perdieron la vida y solo encontraron descanso en una parte del cementerio reservada a quienes peregrinaron bajo los designios de la traición o el suicidio. Hasta mediados del siglo pasado, se les negaba el derecho a tener lápidas que perpetuaran sus pasos truncados por aquel fatídico episodio.
Fue una demostración atroz de deshumanización, un capítulo oscuro de la historia que podría parecer lejano en términos geográficos y mentales. Sin embargo, 126 años después, en un mundo que supuestamente avanza hacia la igualdad y el respeto a la diversidad, en el Perú aún enfrentamos un desafío de proporciones considerables: la lucha contra el racismo.
Casos recientes han puesto al descubierto heridas profundas que no logran sanar y nos invitan a reflexionar sobre la urgente necesidad de construir una sociedad más justa, inclusiva y democrática.
El fútbol, ese deporte de masas que moviliza pasiones y congrega multitudes, ha sido uno de los escenarios en el que se ha manifestado esta lacra. Durante el encuentro en el que Universitario de Deportes fue eliminado de la Copa Sudamericana, se escucharon cánticos racistas y homofóbicos resonando en las gradas del Estadio Monumental.
“En el partido de allá, insultaron constantemente llamándoles ‘indios’ al banco de suplentes. Hasta donde sé, ‘indio’ no pretende ser una palabra ofensiva o racista. Pero en aquel lugar nadie se inmutó, nadie se enteró; solo se escuchó desde un lado”, declaró el director técnico de Universitario, Jorge Fossati, intentando justificar los acontecimientos que involucraron al preparador físico de su equipo, Sebastián Avellino, durante el partido de ida.
Avellino fue captado por las cámaras realizando gestos similares a los de un simio, dirigiéndose a los hinchas del equipo brasileño. Actualmente, se encuentra detenido y enfrenta un proceso penal que podría llevarlo a una condena de prisión definitiva, ya que en Brasil este tipo de delitos se castigan con largos años de reclusión.
El club crema, en respuesta inmediata, decidió respaldar a Avellino, mostrando un cartel con la frase “Estamos contigo Sebastián A.” antes del triunfo por 2-0 frente a Unión Comercio. El mensaje se difundió ampliamente en las redes sociales de Universitario, alcanzando más de dos millones de visualizaciones y recibiendo, en su mayoría, comentarios favorables.
Sin embargo, el racismo no se manifiesta únicamente en los terrenos deportivos. También se filtra en la vida cotidiana, muchas veces de manera sutil, disfrazado de humor.
Recientemente, un estudiante de Negocios Internacionales se convirtió en protagonista de un video en TikTok en el que repetía estereotipos sobre la población andina. Ante esto, la Universidad de Lima, encargada de formar a jóvenes talentos, tomó la decisión de iniciar un proceso disciplinario.
Este es solo otro ejemplo de cómo la educación y la conciencia pueden desempeñar un papel crucial en la lucha contra el racismo.
Ante estas manifestaciones, esperaríamos acciones firmes y coherentes por parte de las autoridades. Sin embargo, considerando que tenemos un gobierno liderado por la presidenta Dina Boluarte, que parece empeñarse en ser su propia oposición, siempre habrá espacio para arrebatos autoritarios.
El reflejo más claro de esta tendencia es un jefe policial que se fotografió con una militante del grupo extremista llamado La Resistencia. Otro ejemplo fue el encuentro del destituido viceministro de Interculturalidad con varios líderes de la misma organización, bajo la excusa de las “puertas abiertas” y el argumento de que estos habían sido víctimas de ataques racistas.
Aún más preocupante es que la ministra de Cultura respaldara inicialmente ese encuentro y solo cambiara de opinión tras la presión de la opinión pública. Esto demuestra que la alta funcionaria desconoce la complejidad de este grave problema, a pesar de que su cartera es precisamente la encargada de combatirlo.
El Perú se enfrenta a un importante desafío en cuanto a la discriminación, siendo el país con el índice más alto de toda América Latina, según un estudio realizado por el Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico. El estudio revela que el 39% de los peruanos experimenta discriminación debido a su condición étnico-racial, superando el promedio regional del 36%.
Frente a esta preocupante realidad, resulta esencial que tanto los espacios públicos como los privados promuevan el respeto a la diversidad y la equidad.
En un país tan diverso y multicultural como el Perú, la convivencia respetuosa y el reconocimiento de la riqueza de nuestras tradiciones y culturas son fundamentales para construir un futuro prometedor. Aunque el camino hacia la erradicación del racismo puede ser largo y complejo, no podemos eludir este compromiso.
Es el momento de unir fuerzas, promover el diálogo y el entendimiento, y trabajar juntos para alcanzar un Perú sin racismo. Solo así podremos edificar una sociedad donde el respeto a la diversidad sea el cimiento de nuestro desarrollo como nación.