“El discurso del rey” (2010) es una extraordinaria película que describe la lucha interna de Jorge VI por sobreponerse a su tartamudez. El punto culminante del filme es el mensaje a toda la nación británica anunciando la declaración de guerra a Alemania.
En Inglaterra el rey no mandaba desde la Revolución Gloriosa en el siglo XVII, cuando se depone a Jacobo II y se invita a William de Orange a asumir la corona bajo juramento de la Declaración de Derechos, iniciándose así la democracia parlamentaria. Si las decisiones de gobierno y en particular la estrategia de la guerra no la decidía el rey, ¿por qué era relevante ese mensaje a la nación? Porque el objetivo del mensaje era inspirar confianza en el triunfo final. Era un mensaje crucial para el estado de ánimo de la nación.
En ese orden de cosas, el discurso de un líder político debe apuntar a inspirar a sus compatriotas, debe marcar el rumbo y generar la tranquilidad y confianza que se están tomando las mejores decisiones para el bien común.
En el campo económico ese discurso político debe asegurar la confianza de los agentes económicos para invertir independientemente de la parte del ciclo económico en que se encuentre un país. Pero evidentemente además de inspirar y generar confianza, el discurso político debe ser seguido por acciones concretas que hagan ver a los agentes que los problemas están siendo adecuadamente encarados y están camino a resolverse. Eso renueva la confianza, ayuda a mantener la tranquilidad y “anclar” las expectativas de los agentes económicos.
En momentos de auge se necesita un discurso y medidas de política económica de “ingeniero” que mejore los procesos y promueva reformas para continuar con el crecimiento, mientras que se van desinflando las “burbujas” que se puedan ir presentando.
Por el contrario, en épocas de recesión y crisis se requiere un discurso y medidas de política de “psicólogo” que den tranquilidad y calmen los temores de las personas. Al margen de cuánto gasten o inviertan, deben tener la absoluta confianza que no existirá una crisis generalizada porque se han tomado las medidas para evitarlo. Lo peor que se puede hacer en estos casos es tener un discurso que llame a la tranquilidad, pero que no se tomen las medidas de política económica que mitiguen o eliminen los impactos, porque la pérdida de confianza de la población será inmediata. Veamos dos casos de esto.
Al inicio de la crisis económica en España, el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, quien buscaba la reelección, tenía un discurso de minimización de los impactos de la crisis. El discurso le sirvió para mantener la calma de la población y ganar las elecciones, pero la ausencia de medidas de política económica para enfrentar la crisis llevó a un deterioro mayor de lo esperado. Cuando el nivel de desempleo empezó a subir de manera alarmante, la confianza se desplomó y agravó los efectos negativos de la crisis. Recién este año estamos viendo a España empezar el camino de salida de la recesión.
Por el contrario, Barack Obama buscaba la elección presidencial en Estados Unidos con una gran dramatización de los efectos de la crisis en la economía y criticando las acciones del gobierno anterior de Bush. Este discurso afectó las expectativas de la gente, pero en el corto plazo sirvió para que el costo político del desempleo se lo endosara al gobierno saliente. Las medidas de política económica que se aplicaron no fueron todo lo expansivas que debieron ser porque ese discurso confrontacional llevó a una mayor polarización entre demócratas y republicanos en el Congreso, como pocas veces se ha visto.
En los dos años que quedan, el gobierno debería replantear su estrategia de comunicación hacia los agentes económicos y la población en general. El hecho de que la inversión privada ya registre dos trimestres consecutivos sin crecimiento significativo es una señal de alarma que debe ser tomada en cuenta. No reconocer el problema no hará que desaparezca.