“El exterior...quiero formar parte de él”. Así le cantaba Ariel a una niña de ocho años que miraba “La Sirenita” de Disney una y otra vez en su VHS –el ‘streaming’ de los años 90 e inicios de los 2000–. Viéndola con la misma emoción, la piel de gallina y los ojos llenos de lágrimas, Ariel le canta, con esa voz tan melodiosa, ese himno de empoderamiento a la misma niña que con tanta ilusión, a sus 25 años, tiene al frente una versión de carne y hueso de su princesa favorita y ha logrado, llena de miedos pero también de fuerzas, formar parte de ese mundo del que la princesa tanto hablaba. Así como Ariel, esa niña y tantas otras vivían esperando ansiosas el momento de utilizar sus pares de piernas y tomar sus propios impulsos para salir al mundo real que les esperaba afuera, listo para ofrecerles una infinidad de posibilidades, descubrimientos y quizás también el amor.
Las niñas de las nuevas generaciones, hoy, tienen la oportunidad de sentirse un poco más cerca de esta preciosa historia con las que mis amigas y yo crecimos, solo que esta vez ya no se trata de un dibujo animado, sino que pueden hallarse dentro de la pantalla. Con los últimos ‘remakes’ que Disney se ha atrevido a hacer de sus clásicos –aunque con algunos desaciertos previos en la fila–, la empresa ha abierto la ventana a nuevos públicos, nuevas épocas y nuevas formas de concebir el mundo.
El ‘live action’ de “La Sirenita”, dirigido por Rob Marshall, llega con una cuota especial de amor, magia y absoluto talento. Lo dice una fiel seguidora de Ariel y del reino de Tritón, de toda la vida, que no sabía exactamente qué esperar del film. No encontré fallas –quizás solo la transformación radical del pez Flounder– ni aunque hubiera querido hallarlas. Desde la dirección, pasando por el casting –y las deliciosas interpretaciones de Halle Bailey, Jonah Hauer-King, Melissa McCarthy y Javier Bardem–, los efectos especiales y hasta la inclusión de nuevos temas musicales a cargo del inigualable Lin-Manuel Miranda –de más estar reconocer el impecable trabajo de la recordada banda sonora de Alan Menken–, la película es una rotunda obra de arte. Los cambios realizados al guion, aunque son casi imperceptibles y logran no caer en lo forzado, se adaptan a la perfección a un momento de sensibilidad y conversaciones fundamentales que deben ser puestas sobre la mesa: la diversidad, el consentimiento, la liberación y el empoderamiento de nuestras niñas.
Pasada ya más de una década de haber visto tantas veces –sin ningún tipo de cansancio– el clásico animado, hoy la historia de Ariel se siente, aunque con la misma emoción y una nostalgia desmesurada, un poco diferente. Encontrar una voz propia siempre será un reto importante para las mujeres, más aún en un mundo que constantemente nos pone obstáculos. “La Sirenita” esconde mucho más que una joven criatura mitológica y su deseo de ser humana. Es una perfecta metáfora para el momento de esa importante transición que atravesamos, en la que dejamos de ser “las niñas de papá”–cuando ellos tienen que aprender a soltarnos y confiar– y nos toca, de pronto, salir a la superficie para darnos contra una piedra enorme, claro está, pero también para descubrir que nadie más que nosotras escribirá nuestro futuro; y así, poco a poco, hacernos oír. Habrá tormentas, peleas y seguramente unas cuántas brujas malvadas, pero al final, cruzando esa línea, nos espera el sol a punto de salir.
Y como si no fuera suficiente el mensaje anterior, la fiesta de colores “bajo el mar” y la forma en que sus criaturas conviven en perfecta armonía es una invitación, también, a tomar consciencia sobre la preservación de nuestros océanos y reflexionar sobre cómo el ser humano, de alguna forma u otra, ha encontrado la manera de dañarlo.
“La Sirenita” es un cariñito al corazón para quienes crecimos con el Disney de los años 90, amamos los musicales y disfrutamos de los buenos clásicos. Ya está en los cines. Les recomiendo llevar un pañuelo para el final.