El pueblo de Pisaq luce vacío. Lo que se fue convirtiendo con el paso de los años en una ciudad-mercado hoy vuelve a ser un espacio en el que se distingue la iglesia, los árboles cobran vida y una explanada, típica de las plazas serranas, domina el lugar. Hay cierta melancolía en esta recuperación arquitectónica que permite que Pisaq se luzca en toda su belleza. Sin embargo, hay también mucha desolación. Las calles, otrora bulliciosas y plagadas de colores, lucen fantasmales. Las puertas de los negocios están cerradas a piedra y lodo. Los pocos artesanos que aún venden sus productos están dispuestos a bajar sus precios hasta la mitad con tal de que les compren algo.
Contenido sugerido
Contenido GEC