El sábado último el expresidente de los Estados Unidos y candidato republicano, Donald Trump, fue víctima de un atentado contra su vida durante un mitin de campaña en la pequeña ciudad de Butler (Pensilvania).
El FBI identificó, después de haber sido abatido, al autor del disparo que hirió levemente al expresidente, y provocó la muerte de un asistente al acto de campaña e hirió a otras dos personas, como Thomas Matthew Crooks, un joven de 20 años también de Pensilvania.
El ambiente político de los Estados Unidos se encuentra crispado y polarizado desde hace unos años, y la cercanía de las próximas elecciones presidenciales no ha hecho sino tensarlo más. Los demócratas han rechazado tajantemente el atentado. En palabras del propio presidente Joe Biden: “No hay lugar en Estados Unidos para este tipo de violencia. Es enfermizo”.
En Estados Unidos, como lo han recordado los medios de comunicación, cuatro presidentes fueron asesinados durante su historia republicana: Abraham Lincoln en 1865, James A. Garfield en 1881, William McKinley en 1901 y John Kennedy en 1963. Otros mandatarios, como Ronald Reagan en 1981, fueron objeto de atentados de los que salieron ilesos.
El escritor Paul Auster, particularmente conmovido por una historia de violencia familiar –la muerte a tiros de su abuelo a manos de su abuela–, escribió sobre el impacto pernicioso de las armas en la sociedad estadounidense: “A lo largo de estos más de cincuenta años de conflicto nacional, las armas han sido una cuestión fundamental, la metáfora central de todo lo que continúa dividiéndonos y, a medida que se encona la batalla poselectoral [se refiere a la del 2020], amenaza con hacernos pedazos y poner fin al ‘experimento americano’”. (“Un país bañado en sangre”, 2023).
A Robert Kennedy lo asesinaron en 1968, a los 42 años, cuando era candidato presidencial, y también en 1968, a sus 35 años, asesinaron a Martin Luther King, líder del movimiento por los derechos civiles, quien pocos años antes, en su impactante discurso “I have a dream”, instaba con claridad a la no violencia: “No saciemos nuestra sed de libertad tomando de la copa de la amargura y el odio. Siempre debemos conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física”. Lástima la insuficiente escucha y la liberalidad respecto a la tenencia de armas.