La última encuesta de Ipsos para El Comercio recoge los beneficios políticos de la buena comunicación, pero también las dos caras del silencio: la autoritaria y la estratégica.
Aunque es una buena noticia resulta tristísimo que el gobierno haya recién descubierto, al cabo de tres años, lo que es comunicarse bien, como lo saben hacer sus adversarios.
Las performances de la primera ministra Ana Jara y del ministro del Interior, Daniel Urresti,encarnan precisamente esa virtud, independientemente de cuáles sean sus pasivos y activos en las otras demandas de desempeño que enfrentan.
Si Jara y Urresti terminan no siendo sino unos buenos comunicadores, sus excelentes puntajes de hoy en las encuestas se disolverán más temprano que tarde. Por ahora, sin embargo, ambos han pasado a llenar el vacío de comunicación que ni Humala ni su gobierno sabían cómo hacerlo.
La otra cara de la medalla en ese mismo tiempo –tres años– ha sido el silencio, entre tímido y autoritario, ejercido por Humala y su gobierno en perjuicio de muchas de sus iniciativas, políticas y acciones.
Silencio, más de las veces, alrededor de proyectos como la postulación presidencial de la primera dama Nadine Heredia, que bien pudo zanjarse desde un primer momento, y otros que aun bloquean el esclarecimiento de casos como el de López Meneses, asociado a una escandalosa custodia policial en casa del ex operador de Vladimiro Montesinos.
No siendo, pues, la democracia ni menos la comunicación elemento esencial de su vocación y compromiso políticos, Humala tiende a manejarse más cómodamente en el mundo del silencio, que no es el de la necesaria discreción sino más bien el del recurso autoritario. Y cuando prefiere hablar lo hace ante públicos pasivos, casi en un monólogo, evitando generalmente responder preguntas de la prensa o entrar en el debate político.
Salvando las diferencias y distancias respecto de Humala, Luis Castañeda, como también lo revela la encuesta de Ipsos para El Comercio, ha hecho de su silencio, a contracorriente del presidente, su mayor potencial de campaña electoral. Apodado el ‘mudo’, Castañeda ha construido su dura intención de voto en base a dos pilares: su prolongado silencio y los pasivos de la gestión de Susana Villarán.
En el caso de Humala, un temperamento castrense y silencioso como el suyo acrecentó la necesidad de que sus primeros ministros fueran los voceros potenciales del gobierno.
Tuvieron que pasar por el puesto dos primeros ministros protagónicos (Lerner y Valdés) pero de cortísima duración, otro de mayor tiempo (Jiménez) pero reducido a un perfil de secretario de gabinete, un cuarto (Villanueva) que acabó como fantasma de sus propias funciones, y un quinto (Cornejo) de probada eficiencia técnica pero de escasos repertorio verbal. Hasta que en la sexta oportunidad la pareja presidencial habría descubierto que no podía desaprovechar, en Ana Jara, las posibilidades de una buena comunicación, con la que justo ella juega en estos días su apuesta por el voto de confianza del Congreso.