Macarena Costa Checa

En los últimos días, los violentos sucesos que sacudieron han gatillado una ola de opiniones que expresan una certeza: al Perú le espera lo mismo.

Sin ser ninguna experta en seguridad ni crimen, quiero aprovechar el contexto para hablar de cómo los peruanos hemos llegado a aceptar la violencia como parte de nuestra cotidianidad, olvidando que vivir con miedo no debería ser la norma.

La gran mayoría de peruanos solo queremos que se nos permita trabajar y vivir en paz. Queremos mandar a nuestros hijos al colegio sin miedo a que no regresen. Queremos salir de la casa sabiendo que volveremos a salvo. Queremos caminar por las calles. Sí, así de simple: caminar por las calles.

Los peruanos, y en particular las peruanas (así como las mujeres en todo el mundo), hemos internalizado y normalizado comportamientos que en realidad son precauciones: caminar con las llaves en la mano, evitar por completo ciertas rutas en altas horas de la noche, compartir nuestros viajes con amigas, entre muchos otros. Según un estudio, el 86% de las mujeres peruanas se sienten inseguras al salir a la calle y muchas comienzan a desarrollar estrategias de autoprotección desde la adolescencia (“Barómetro de la seguridad” de Verisure). Desde todas partes (incluyendo las instituciones del Estado) se nos dice qué hacer o dejar de hacer para mantenernos seguros y seguras. En alguna parte del camino, nos acostumbramos a que se imponga la carga de la autoprotección al individuo, en lugar de recordar que somos nosotros quienes deberíamos estar exigiendo a las autoridades que nos protejan. En momentos como este, cuando parecemos resignarnos a la inminencia de la violencia, no podemos seguir aceptando pasivamente la falta de acción de las autoridades estatales.

Los esfuerzos de este gobierno en materia de seguridad en el Perú, como el ‘plan Boluarte’, han sido, en gran parte, gestos superficiales, sin un impacto significativo en la vida real de los ciudadanos. La brecha entre las promesas políticas y la sensación de seguridad efectiva en las calles sigue siendo amplia y preocupante.

La situación en Ecuador no solo es una campana de alarma, sino también un espejo que refleja nuestras propias vulnerabilidades. Es hora de que los líderes políticos y las autoridades en el Perú tomen medidas decisivas y transparentes para fortalecer la seguridad ciudadana. No podemos permitir que la responsabilidad de nuestra propia seguridad recaiga únicamente en nuestros hombros como ciudadanos. Es vital un esfuerzo contundente desde el Gobierno para asegurar un Perú donde la seguridad no sea un lujo, sino una garantía fundamental para todos. Los peruanos, y en especial las peruanas, lo necesitamos más que nunca.

Macarena Costa Checa es Politóloga