La palabra ‘eco’ viene de la voz griega ‘oiko’, que significa ‘casa’. Cuando uno tiene una casa desea mantenerla en buen estado, lo que significa contar con todos los servicios y conservarla limpia, pero sobre todo que haya armonía entre las personas que viven en ella. De allí la palabra ‘oikonomia’; es decir, ‘economía’, que significa ‘administración de la casa’.
Nuestra gran casa es la Tierra, donde hay vida hace millones de años y que ha pasado por diversos cambios. La Tierra que vemos hoy no siempre fue igual, pero tenemos que cuidarla para vivir en armonía entre nosotros. Tenemos que construir una sociedad mundial bajo el principio o el deseo del equilibrio ser humano-Tierra. Es una meta que debemos esforzarnos por cumplir.
Desde hace años, los ecólogos y otros científicos nos vienen advirtiendo sobre el cambio climático, que tiene una particularidad: está producido por nuestras manos y por la forma en la que hemos organizado nuestro sistema de producción-consumo. A este período se le llama Antropoceno. Si no cambiamos nuestros hábitos de consumo, nos dicen, las condiciones futuras de la humanidad serán muy graves. Sin ir tan lejos, ya estamos viendo las consecuencias del cambio climático, y no me refiero a los huaicos que siempre hemos tenido. Ya sabemos lo que significa el efecto invernadero. En consecuencia, no es un tema del futuro lejano; ya lo estamos viendo.
En un artículo publicado el 13 de diciembre del 2019, Tomás Unger decía que “a pesar de noticias tan espectaculares como la imagen del agujero negro, el calentamiento global y sus consecuencias sigue siendo el tema principal. A esto se suman las cifras sobre la contaminación en las ciudades”. Unger nos proporciona importantes datos sobre la contaminación ambiental. Por ejemplo, el aire de una aldea sin tráfico tiene 12 microgramos por metro cúbico. Lima, en su peor día del año, llega a los 150 microgramos por metro cúbico, mientras que Nueva Delhi pasa los 900.
Estos datos son una parte de otras realidades preocupantes que están dañando el medio ambiente, como el derrame de petróleo que hubo el año pasado en Ventanilla.
El calentamiento global y su conocido cambio climático le han planteado un problema a la llamada teoría del crecimiento económico. La sociedad industrial está en serio peligro y es víctima del monstruo que creó con la falsa idea del crecimiento infinito. Ello, porque el crecimiento ilimitado en un mundo con recursos finitos es intrínsecamente imposible. A esta conclusión se llegó en la primera y famosa reunión de expertos en el llamado Club de Roma, con un estudio publicado en 1972. Por aquella época, destacados representantes de la economía ecológica habían llegado a la misma conclusión.
No cabe la menor duda de que el tema climático es también político. Depende de las decisiones que tomen las autoridades mundiales, pero también la humanidad en su conjunto. Por eso aparecieron los llamados movimientos y partidos políticos verdes, primero en Alemania, luego en Francia y después en todos los continentes, unos con más éxito que otros. En el Perú, si bien es cierto hay grupos sociales y ONG defensoras del medio ambiente, carecemos de un partido verde que compita electoralmente. Solo Acción Popular tiene una propuesta ecologista que se deriva de uno de los principios de su doctrina: el equilibrio hombre-tierra, inspirado en la cultura andina.
El ecologismo es la ideología que justifica la práctica política de los ecologistas, su objetivo es la defensa y la preservación del medio ambiente. Cuestiona al clásico pensamiento económico liberal que suele considerarse apolítico, como ahora en este siglo lo hace el neoliberalismo, que ve la política como un estorbo. Pero como bien afirma el economista de la Universidad de Cataluña, Enric Tello, tanto la economía como la política ecológica vuelven a abrir la puerta a la ética y a la política con nuevas propuestas de democracia económica y participación directa, para superar esa separación creada por el liberalismo entre ciudadanía y esfera privada. Quizás los atenienses, que no hacían esa separación, tuvieron razón. Así, igualmente para los ecologistas, no podemos separar al ser humano de la naturaleza porque estamos inmersos y rodeados de ella.