Mañana se cumplen tres años desde que el entonces presidente Martín Vizcarra declaró el estado de emergencia nacional para reducir el contagio del COVID-19. A partir de ese momento, uno de los episodios más convulsos en la historia del Perú tomó forma. ¿Cómo ha sido la recuperación económica del país en un período que, a juzgar por todo lo que sucedió, se percibe bastante más largo que apenas 36 meses? Las variables se pueden dividir en tres: las que mejoraron desde entonces, las que –para bien o para mal– permanecen relativamente igual y las que están peor que antes de la crisis.
En el primer grupo se cuentan, por ejemplo, las exportaciones. Mientras que el valor de las agroexportaciones del 2022 fue casi 35% más alto que el del 2019, los envíos mineros pasaron de US$26,8 mil millones a US$31,1 mil millones en el mismo lapso. El precio de la libra de cobre, nuestro principal producto de exportación, se cotizaba cerca de US$2,60 en el 2019. Ahora va por los US$4. Las cifras de inversión privada también tienen un tamaño más abultado que antes de la pandemia. Y otros sectores internos han experimentado una buena temporada. La construcción, por ejemplo, creció casi 20% en términos acumulados desde el 2019 a la fecha. Por último, vale destacar el avance del empleo en planilla (formal) del sector privado: de 3,6 millones de trabajadores en el 2019 a 4 millones actualmente.
En el segundo grupo –el de aquellas variables que tienen niveles similares a los del 2019– resalta sin duda el PBI. En diciembre del 2022, este era apenas 4% mayor que el del mismo período en el 2019. En países como Chile y Colombia, esa cifra supera el 8%. Incluso la economía argentina, con todo su desbarajuste interno, tenía un producto 6,3% mayor entre ambos períodos. En general, luego de un enorme rebote durante el 2021, la economía del Perú ha estado aletargada. A pesar del tiempo transcurrido, el sector servicios –que explica la mitad del PBI nacional– está en un nivel casi igual al del 2019.
Pero no toda inamovilidad es mala. Luego del enorme golpe del COVID-19 y la volatilidad política de los últimos años, las fortalezas macroeconómicas del Perú podrían haberse deteriorado profundamente. Y si bien ciertas variables han registrado algún nivel de daño, como el tipo de cambio o la deuda pública, la verdad es que, en perspectiva, el Perú se mantiene como uno de los países más sólidos de la región después de Chile cuando se habla de macroeconomía.
El tercer grupo, el de aquellos espacios en los que no hemos recuperado terreno perdido desde marzo del 2020, es el preocupante. A pesar de la mejoría en la encuesta del BCRP de febrero, las expectativas económicas siguen deprimidas –esta vez por la incertidumbre política y el efecto de las protestas–. Ello debería tener un impacto sobre la inversión privada futura. El PBI potencial parece haberse contraído. Para la mayoría de las familias, el rezago más grave está en su capacidad adquisitiva: en zonas urbanas, los ingresos reales (descontando el efecto de los precios) son un 12% menores que antes de la pandemia. Una parte de la explicación está en la inflación, y la otra en un mercado laboral con más informalidad y peores empleos, en promedio, que antes. Ninguna recuperación económica es total sin, por lo menos, llegar a igualar la capacidad de consumo de la mayoría.
El problema de fondo es que, así como hay un llamado COVID-19 persistente (o ‘long COVID-19′), en el que algunos síntomas no letales pueden prolongarse por mucho tiempo, la recuperación completa de la economía –una que debiera volver a tener tasas de crecimiento adecuadas– también puede ser más larga de lo que se anticipaba. Las expectativas de crecimiento del PBI para el período 2023-2025 fluctúan apenas entre 2% y 3% cada año, números bastante mediocres. Así, tres años después, el riesgo más grave que la salud de la economía peruana enfrenta hoy es que su malestar central –la incertidumbre y la volatilidad política– no sea un síntoma temporal, sino crónico.