En la última década, el Perú ha experimentado importantes cambios en sus estructuras económicas, sociales y tecnológicas. Esta transformación ha redefinido el comportamiento de las personas, lo que plantea nuevos desafíos y oportunidades. El año no ha terminado, pero ya comienza la planificación del 2025. Sin embargo, se requiere de una mirada a más largo plazo y tener en cuenta algunas tendencias.
La situación económica y la calidad de vida de los peruanos debería ser la prioridad. Actualmente, más del 70% de la población percibe que la economía está afectando negativamente su bienestar. Este sentimiento es especialmente pronunciado entre los adultos mayores, quienes enfrentan mayores dificultades para adaptarse a los cambios en el mercado laboral y a la inflación. Por ello, las políticas públicas y las estrategias empresariales deberían centrarse en mejorar la calidad de vida. Los ingresos del hogar son insuficientes para cubrir las necesidades de la mayoría de peruanos, lo que ha llevado a una diversificación de estrategias financieras.
El endeudamiento ha aumentado significativamente, con muchos recurriendo a préstamos informales y tarjetas de crédito para subsistir. Este comportamiento pone en riesgo la estabilidad financiera de las familias, incrementando el estrés y afectando la salud mental. La correlación entre problemas financieros y el deterioro de las relaciones intrafamiliares es cada vez más evidente. Esto supone un reto, pues no se trata solo de trabajar en la educación financiera o de ayudar a las familias a gestionar mejor sus recursos, sino también de la creación de programas que contribuyan al bienestar emocional.
La digitalización ha avanzado en el Perú, aunque la transición hacia un entorno completamente digital es lenta. Este proceso se desaceleró pasada la pandemia y, si bien ha aumentado el acceso y el uso de servicios y compras virtuales, todavía predomina la preferencia hacia lo presencial, pues en el Perú existen brechas importantes para la transformación digital. Es posible que los servicios o las compras en línea se conviertan en la norma, impulsadas por la conveniencia y la rapidez que ofrecen las plataformas digitales, pero ello no implica una inclusión efectiva ni desarrollo tecnológico. Pues, si bien el acceso a los servicios financieros es una tendencia que continuará creciendo, no se cerrarán las brechas existentes en la medida en que no se desarrolle una estrategia que promueva la apropiación digital. La inclusión financiera es clave, pero es solo la punta del iceberg, pues el desarrollo de infraestructura e incremento de la cobertura de Internet abre paso a un reto más grande: el de convertir este esfuerzo en progreso. No obstante, la experiencia del usuario seguirá siendo un factor decisivo, para lo que deben desarrollarse plataformas/aplicaciones intuitivas, seguras y fáciles de usar.
La exigencia se mantendrá e incluso podría convertirse en un reto mayor por la desinformación. La globalización y el acceso a la información impacta en la demanda y en las expectativas de los peruanos hacia los productos y servicios a los que acceden. Buscan experiencias memorables, así como la personalización en la atención. También piden, en especial las nuevas generaciones, que esa relación refleje de alguna manera sus valores individuales. Por ello, el apoyo a causas sociales y las prácticas sostenibles tienen altos niveles de aceptación, pero también requieren de capacitación, pues el ciudadano de a pie no tiene claro los conceptos.
Estas tendencias pueden contribuir a la planificación con una mirada estratégica. Entender el impacto de la situación actual en los hogares hace posible anticiparse a las tendencias, así como a eventuales cambios en las expectativas y comportamientos. El crecimiento sostenible e inclusivo solo es posible con una visión de futuro que parta de un profundo entendimiento de los peruanos.