Cual viejo Scrooge del Cuento de Navidad de Dickens, nos asalta el fantasma de las navidades pasadas, no solo de aquellas que hemos vivido sino de las que hemos leído y de las que nos han contado. Revisamos varias revistas de lejanas épocas que, tanto como hoy, aglutinan en sus páginas las crónicas políticas de la semana con las crónicas y fotografías sociales del momento.
Primera sorpresa: “Mundial”, “Variedades” y “El Perú Ilustrado” no muestran en sus ediciones antiguas un aumento de publicidad durante diciembre y lo anunciado no hace referencias sentimentales a la época. Aunque tampoco están exentos. En un número de “Mundial” de 1922 nos encontramos con lo siguiente a toda página: “El mejor regalo de Pascua que Ud. puede hacer a su señora es un terreno en la urbanización de SAN ISIDRO, sobre la avenida entre Lima y Miraflores y bordeando el hermoso parque de olivos. Los terrenos tienen agua, desagüe y veredas”. El Olivar de San Isidro urbanizándose a la vera de la recientemente abierta Avenida Leguía (posteriormente, Arequipa).
Diversas costumbres foráneas ya han cumplido cien años o están por cumplirlos y se revelan más antiguas de lo que pensamos. Si ya tienen ese tiempo, debieran tener carta de ciudadanía nacional. En una crónica de 1909, aparece reseñado el árbol de la Navidad que se engalana con decoraciones. Papá Noel ya está presente en 1922 no como algo nuevo sino como un personaje recurrente, solo que convive con los reyes magos y no es tan omnipresente.
Aquí más costumbres textuales de aquella época: “Diciembre, el mes de los nacimientos, los toros, la misa del gallo, los reyes magos, los helados y los trajes claros. Se acentúa el despótico imperio de los choferes truhanes y fisgones. Los sastres y las modistas abrúmanse ante una lista siempre creciente de pedidos acuciosos, y las sombrererías se llenan de clientes que van en busca de las coquetas saritas. Obsesos, maniáticos, no queremos pensar en otra cosa que no se refiera al Divino Calvo, el palm beach, los refrescos y los regalos de Año Nuevo”. Mutan los intereses, pero la sensación es la misma.
Aparte de que diciembre ya no es temporada de toros, los nacimientos siguen presentes en nuestra época. No solo con los que se afanan haciendo los más originales sino con los de las órdenes religiosas que hacen en sus respectivas iglesias matrices y que ayer más que hoy la gente visitaba a raudales para dar su visto bueno ante tanta originalidad decorativa. Frente a ellos, algo muy peruano y muy perdido, los triguitos en una lata de leche vacía.
Durante la Noche Buena del siglo XIX, según Atanasio Fuentes, la plaza mayor era más bien una plaza comercial, con ventas de tamales (el pavo de la mesa navideña de entonces), chorizos, bizcochos y dulces; se bebían los orines del niño, una libación de pisco y jugo de uva no madura cuyo nombre, sin duda, proviene del color del mismo. Navidad en Lima. Todo cambia y todo permanece a la vez.