"No repitamos errores: evitemos que las noticias falsas que golpearon al proceso de vacunación afecten a la educación".
"No repitamos errores: evitemos que las noticias falsas que golpearon al proceso de vacunación afecten a la educación".
Norma Correa Aste

El cierre de escuelas fue una medida de emergencia temporal frente a la que se ha vuelto permanente para la mayoría de los colegios del Perú. Su impacto es profundo y multidimensional en niños y adolescentes. No solo significa pérdida de aprendizajes, sino también de un espacio fundamental de socialización, contención y soporte.

A la fecha, 5.119 escuelas ofrecen servicios de semipresencial en ámbitos rurales. Si bien es un avance importante dirigido a los sectores más vulnerables, la magnitud del reto que tenemos por delante es enorme, pues más del 95% de los colegios continúan cerrados en el territorio nacional.

Debemos preguntarnos qué dice esta situación sobre el lugar de los niños y adolescentes en nuestra sociedad. Se abrieron casinos, ‘malls’, cines, conciertos –y próximamente estadios–, mientras la mayoría de escuelas seguían cerradas y los juegos de muchos parques siguen precintados. Los niños y adolescentes pagan un precio muy alto por las libertades de los adultos. Es urgente colocar sus necesidades en el centro de la agenda pública. Ya no es momento de discutir si deben o no abrirse las escuelas, sino cómo y cuándo.

Una encuesta publicada por Datum a inicios de mes reveló que el 69,1% de los padres y madres de familia a nivel nacional enviarían a sus hijos a clases si los colegios cumplen con todos los protocolos sanitarios. Cada vez más, voces de la sociedad civil apoyan el retorno a clases voluntario, seguro y flexible. Sin embargo, este tema está lejos de constituir un consenso público: existen comprensibles temores en familias y docentes, así como también sectores que buscan anular la conversación sobre la base del miedo, las noticias falsas y los estigmas. Las madres que apoyamos el retorno a clases hemos sido tildadas como “malas”, “vagas” y “brutas” en las redes sociales (por ejemplo: “no aguantan a sus hijos y por eso los quieren mandar al colegio”). Sin embargo, quienes cargan el mayor estigma son los niños, vistos por varios sectores de la sociedad como peligrosos, contagiosos e incapaces de seguir protocolos.

Debemos impulsar un debate público sobre el regreso a las aulas basado en la evidencia, anclado en la realidad nacional, informado por los avances realizados desde el Ministerio de Educación (Minedu) y, sobre todo, sin estigmas ni culpas. Primero, resulta fundamental acelerar la vacunación de los trabajadores de la educación (“Vacunatón educativa”). Asimismo, el Ejecutivo debe precisar cómo hará posible el retorno a las aulas. Las declaraciones recientes del presidente y del primer ministro Guido Bellido, en las que condicionan el retorno a clases a la vacunación total de la población, han generado confusión (aún no existe vacuna para los menores de 12 años). Segundo, contamos con planes elaborados por el Minedu, cuya implementación debe impulsarse. A la fecha, hay 68 mil escuelas habilitadas a nivel nacional. ¿Qué se necesita para que su apertura se concrete? Asimismo, la estrategia “Aprendo en Comunidad” promueve el uso de espacios públicos para actividades educativas, deportivas y culturales. ¿Qué compromisos están asumiendo los gobiernos regionales y locales para escalar su ejecución? Tercero, la escuela a la que volveremos no será como la que existía antes de la pandemia. Tendremos horarios cortos, días alternados, grupos reducidos, al aire libre. El Minedu debe explicarle a la población cómo serán las nuevas modalidades de prestación del servicio educativo para que estudiantes, docentes y familiares imaginen el retorno. No debe desaprovecharse la oportunidad de compartir la experiencia de las clases semipresenciales en contextos rurales. Finalmente, no repitamos errores: evitemos que las noticias falsas que golpearon al proceso de vacunación afecten a la educación.

El retorno a clases ofrece una gran oportunidad para unir a la sociedad, generar consensos y movilizar acciones. El reto es enorme y se requiere un liderazgo fuerte. La proximidad de la tercera ola no debe anular este debate, sino, más bien, aumentar su sentido de urgencia. Si queremos retomar la educación presencial en marzo del 2022, debemos empezar ya.