Este viernes 8 de marzo conmemoraremos el Día Internacional de la Mujer, una fecha pactada desde 1910 para homenajear la lucha de las mujeres por reivindicar sus derechos y asegurar una posición justa en el mundo, con igualdad de oportunidades. En estos más de 100 años, es indudable que la sociedad ha vivido avances significativos como resultado de un esfuerzo global constante y valioso. No obstante, la brecha de género persiste en diversos ámbitos y uno de los más cruciales es la educación.
En el 2021, cuando ya comenzaban a verse las consecuencias más profundas de la pandemia del COVID-19, el Ministerio de Educación informó que la tasa de deserción escolar en el Perú había llegado al 6,3%[1]. Unos años antes, el censo educativo ESCALE 2018 había dejado saber que aquella tasa era siempre mayor entre la población femenina[2]. Más adelante, la Encuesta Nacional de Hogares realizada en el 2022 registró que el 7,5 % de las mujeres en el Perú era analfabeta (frente al 2,7% de la población masculina), y que aquel porcentaje incrementaba hasta el 24,7% en zonas rurales[3].
Según estos y otros informes, la deserción escolar en mujeres encuentra diversas causas, pero una de las principales es el embarazo prematuro. De acuerdo con cifras del Fondo de Población de las Naciones Unidas en el Perú, la maternidad de niñas entre los 10 y los 14 años creció un 40% entre los años 2020 y 2022. Y en el 80% de esos casos, las niñas embarazadas abandonaron sus estudios[4]. Esta alarmante estadística adquiere tintes escalofriantes cuando la cruzamos con la del Centro de Emergencia Mujer (CEM), que en el primer semestre del año pasado indicó que, en promedio, dos niñas eran violadas cada hora en el Perú. Peor aun, si contrastamos estos números con los del Sistema de Registro del Certificado de Nacido Vivo, que en ese mismo lapso contabilizó 364 nacimientos cuyas madres tenían entre 11 y 14 años[5].
No es exagerado afirmar que nuestro país se halla en profunda crisis cuando hablamos de proteger a las niñas o de asegurar un futuro que ellas también vean con ilusión. La situación violenta y desgarradora que viven en sus años formativos es el inicio de una cadena de infortunios que en muchos casos no hace sino empeorar en las siguientes etapas de vida.
Hoy, nos encontramos a puertas de un nuevo año escolar, que iniciará el próximo lunes 11 de marzo, cuando alrededor de 6,5 millones de estudiantes regresen a las aulas. Quisiera pensar que esto representa una oportunidad, que las cifras desalentadoras se revertirán y que cada niña y adolescente peruana podrá pasar por una educación sin interrupciones. Pero nada de esto ocurrirá si no encontramos la forma de ampararlas con estrategias claras, fundamentadas en datos y con un enfoque de género que reconozca que hoy, en el Perú, existe un desbalance muy evidente cuando hablamos de educación.
Conmemorar el Día Internacional de la Mujer no debe ser un acto de optimismo vacío, sino todo lo contrario: la reafirmación de un compromiso por lograr un cambio. Es esencial que fortalezcamos los sistemas de detección oportuna, a fin de salvaguardar a las niñas en situación de riesgo antes de que sea tarde. A nivel normativo, hemos avanzado mucho: hoy contamos con procedimientos claros que nos indican cómo proceder frente a los actos que vulneran sus derechos. Muy bien: pongámoslos en práctica. Además, la prevención se apoya en la propia educación dentro y fuera de las aulas, por lo que es igual de importante diseñar campañas de concientización para estudiantes, padres y docentes que pongan bajo la lupa esta problemática. Asimismo, resulta fundamental desarrollar programas para incentivar a niñas y mujeres a completar sus estudios escolares, así como para romper estereotipos culturales. Al día de hoy, su participación en carreras STEM (aquellas relacionadas con ciencia, tecnología, ingeniería y matemática) sigue siendo bastante baja: menos del 30 % de la población femenina las elige y, en cambio, la mayoría toma el camino de disciplinas administrativas, como secretariado, o de cuidado y salud, como enfermería[6].
Acortar estas desigualdades es una labor en la que todos podemos aportar, tanto desde el hogar como desde las instituciones educativas, las entidades estatales y toda la sociedad civil. Este 8M prioricemos la educación a través de la prevención y hagamos de esta fecha un verdadero hito para nuestras niñas y adolescentes. Ubiquémonos en el lado correcto de la historia y aseguremos que el futuro sea también promisorio para ellas.