La sorpresiva elección de Donald Trump en Estados Unidos ha dejado la sensación de que las encuestas se equivocaron. La realidad es distinta: las encuestas no estuvieron mal. Los que se equivocaron fueron los analistas que con gran imprudencia se lanzaron a pronosticar el triunfo de Hillary Clinton.
En efecto, aunque aún no ha concluido el cómputo electoral, ya se sabe que Clinton superó por más de un millón de votos a Trump. Ella habría obtenido 48% de los votos; y él, 47%. La mayoría de encuestas daba una diferencia de dos a tres puntos a favor de Clinton, así que, si ella obtuvo un punto porcentual más de votos, la mayoría acertó dentro del margen de error. Si en Estados Unidos hubiese un sistema electoral como el que rige en el Perú, Clinton sería la próxima presidenta de Estados Unidos.
Como se sabe, el sistema electoral norteamericano es diferente y la votación se gana a nivel estatal y luego los votos de los ganadores van a un colegio electoral donde se elige al presidente. La mayoría se alcanza con 270 votos electorales. En estas elecciones, Trump habría obtenido 290 votos electorales y Clinton 232.
Esta contradicción entre el voto popular y el voto de los delegados se debe a que en muchos estados la votación fue muy ajustada. La mayoría de las encuestas señalaba empate técnico (“too close to call”). Sin embargo, ante la presión social, muchos analistas se animaron a pronosticar un ganador.
Lo que pasó fue que en cinco estados la diferencia entre ambos candidatos fue de menos de 1,5% puntos porcentuales y en cuatro de estos cinco estados (Michigan, Wisconsin, Pensilvania y Florida) ganó Trump. Si Clinton hubiese ganado en Florida y alguno de los otros tres, ella habría obtenido más delegados que el candidato republicano y sería la próxima presidenta.
La principal razón por la que Clinton perdió en Florida y otros estados en los que andaba empatada fue el mayor ausentismo de los votantes demócratas. Mientras los blancos de bajo nivel educativo, simpatizantes de Trump, fueron a votar en mayor proporción que en elecciones anteriores, la población negra y latina acudió a votar en menor proporción. En números absolutos, menos latinos y negros votaron por Clinton que por Obama cuatro años antes. Clinton perdió por no ser capaz de entusiasmar y movilizar al electorado demócrata como lo hizo Obama en las dos elecciones que ganó.
Las encuestas tienen siempre un error muestral y otro no muestral. La principal fuente de este último es el sesgo de respuesta por deseabilidad social. Si la mayor parte de los medios de comunicación considera una respuesta más correcta que la otra, algunos encuestados débiles de carácter pueden contestar lo que suponen que el encuestador –percibido como representante de la prensa– espera escuchar. En este caso, algunos podrían haber contestado que pensaban votar por Clinton aunque en el fondo simpatizaban con Trump.
Otra explicación, en la misma línea de respuesta por deseabilidad social, es que algunos electores que rechazaban a Trump contestaban en las encuestas que acudirían a votar y que lo harían por Clinton, aunque al final el desgano y la indiferencia pudieron más y no emitieron su voto. Por eso la candidata demócrata habría recibido esta vez menos votos que su predecesor.
En mi opinión, no hubo tanto sesgo de respuesta de los encuestados como de los observadores. Lo que creo que pasó fue que la mayoría cayó en el sesgo de la autorreferencia. Este sesgo de percepción consiste en mirar la sociedad desde el prisma de nuestro entorno y experiencia cultural. Por ejemplo, la serie “Perils of Perception” de Ipsos ha demostrado que los europeos creen que hay mucho más inmigrantes musulmanes que los que hay en realidad o que en América Latina creemos que más población vive en zonas rurales que en la realidad.
El sesgo de percepción en el que cayeron los analistas en las elecciones norteamericanas probablemente tuvo que ver con que la mayoría de ellos vive en Nueva York, donde Clinton ganó con 59% de los votos; California, donde obtuvo 62%; y, sobre todo, en la capital, Washington D.C., donde barrió con 93% de los votos. Súmase a ello que los analistas suelen ser personas de alto nivel educativo, entre los cuales la idea de Trump presidente era muy difícil de tragar y se entenderá que, al sesgo de percepción, se sumó en muchos casos el deseo proyectado. En conclusión, no se equivocaron las encuestas, sino quienes las malinterpretaron.