El presidente de Argentina, Alberto Fernández, tiene planeado visitar Israel el 23 de enero para asistir a una ceremonia en honor de las víctimas del Holocausto, pero eso no eclipsará su lamentable cambio de postura respecto del Caso Nisman, un escándalo que ha sacudido a los argentinos y a buena parte de la comunidad judía en el mundo.
Fernández cambió repentinamente su posición sobre la misteriosa muerte hace cinco años de Alberto Nisman, el valiente fiscal que estaba investigando los lazos de Irán con el atentado de 1994 contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). El ataque terrorista dejó 85 muertos y 151 heridos.
La muerte de Nisman, que está nuevamente en los titulares tras el estreno del documental de Netflix “El fiscal, la presidenta y el espía”, fue originalmente calificada como un suicidio por la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Nisman fue encontrado muerto en el baño de su apartamento con un disparo en la cabeza, un día antes de testificar ante el Congreso para aportar nuevas pruebas sobre sus cargos de que Fernández de Kirchner había hecho un acuerdo con Irán para encubrir el rol de ese país en el atentado a la AMIA. La investigación de Nisman había concluido anteriormente que el grupo terrorista Hezbolá, respaldado por Irán, había sido responsable del ataque a la AMIA.
Las manos de Nisman no mostraban trazos claros de pólvora. Sus guardaespaldas habían desaparecido misteriosamente horas antes de la tragedia, y algunas de las cámaras del edificio no funcionaban esa noche.
Lo que es tanto o más significativo, tal como lo comprobé personalmente en un intercambio de correos electrónicos con Nisman horas antes de su muerte, él estaba esperando ansiosamente su testimonio en el Congreso.
Yo le había pedido a Nisman una entrevista, y él respondió en un correo electrónico el sábado 17 de enero a las 9:57 a.m. que estaba “obviamente interesado”, agregando que “hablemos el lunes tipo 7 u 8 de la tarde”. Nisman murió el domingo 18 de enero a las 2:46 a.m., según los estudios forenses.
Parecía muy seguro de sí mismo y ansioso por hablar, lejos de dar la impresión de una persona deprimida a punto de suicidarse. Varias otras personas que hablaron con él horas antes de su muerte tuvieron la misma impresión. Y una autopsia psicológica de Nisman en el 2016 no encontró evidencia de “comportamiento autodestructivo” en los días previos a su muerte.
Incluso el ahora presidente Fernández había dicho en una entrevista del 2017 para el documental de Netflix sobre el Caso Nisman: “Dudo que se haya suicidado”. Pero después del estreno del documental el 1 de enero, Fernández hizo un giro de 180° y dijo que “las pruebas acumuladas no dan lugar a pensar que fue un asesinato”.
El presidente argentino, que le debe su victoria electoral al apoyo político de su vicepresidenta, ahora está obviamente tratando de protegerla de sospechas de que su gobierno, o alguien que fue parte del mismo, asesinó a Nisman.
Cinco años después de la muerte de Nisman, la única certeza es que la investigación argentina sobre el caso ha sido un desastre. La investigación ha sido tan embarrada que ni siquiera el exhaustivo documental de seis horas de Netflix llegó a una conclusión sobre si se mató o fue asesinado.
Por eso se necesita una investigación internacional formal para resolver el Caso Nisman.
Ya se ha hecho en otros países. El Líbano creó un tribunal penal supervisado por las Naciones Unidas para investigar el ataque terrorista del 2005 que mató al primer ministro libanés, Rafic Hariri, y a otras 21 personas. El tribunal concluyó que Hezbolá fue responsable del ataque.
Fernández debería pedir urgentemente una investigación internacional similar sobre la muerte de Nisman. De lo contrario, su viaje a Israel será visto como una estrategia de relaciones públicas para eclipsar su dudosa nueva postura de que la muerte de Nisman fue un probable suicidio.
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