Este Diario está cumpliendo 185 años, por lo que, en los próximos días, quienes lo integran ensayarán un ejercicio francamente temerario: sintetizar, en un determinado número de páginas, casi dos siglos de historia. Digo temerario porque, dado que es imposible abordar todos los hechos que esta publicación ha cubierto desde su primera edición (y que son en buena parte los mismos que han dado forma al Perú republicano), mucho se quedará afuera y uno siempre corre el riesgo de cometer una injusticia en esa decisión.
Todos los aniversarios, inevitablemente, suelen llevarnos al pasado. Y en el caso de El Comercio tiene sentido que así sea. Después de todo, hablamos de un Diario que en el Perú no solo precede a todas las publicaciones impresas de hoy (con la excepción del diario oficial), sino también a la gran mayoría de empresas del país e incluso a instituciones como el Banco Central de Reserva o el Archivo General de la Nación.
Hoy, sin embargo, quisiera dejar de lado el repaso histórico para centrarme en el presente o, dicho de otro modo, en quienes escriben el presente desde aquí, aunque sea solo para dejar constancia de que las razones que este Diario tiene para enorgullecerse no están únicamente en el pasado.
Es difícil hablar de El Comercio hoy y no mencionar, por ejemplo, a Martin Hidalgo, quizás el periodista que mejor conoce los entresijos de la actividad parlamentaria nacional y que siempre está a disposición para absolver las dudas que cada tanto le surgen a uno sobre las mayorías que se necesitan para tal o cual votación o qué rayos significa que un proyecto de ley haya pasado a un “cuarto intermedio”. O a Juan Pablo León, que maneja los temas de tránsito como muy pocos y que puede encontrar el número de papeletas que usted tiene en el tiempo en el que le toma leer esta oración.
Al equipo de ECData, que todas las semanas se las arregla para traer una cifra que grafique por sí misma una problemática de nuestro país y cuyos trabajos sobre ese monstruo llamado matrimonio infantil dieron frutos el año pasado cuando el Congreso aprobó –pese a la resistencia de ciertos congresistas– una ley para prohibirla. A Maro Villalobos, experta en explicar temas económicos complejísimos para el resto de los mortales en un lenguaje sencillo, sin sacrificar por ello ningún detalle relevante. A Quique Planas, cuyas columnas me permitieron descubrir a escritores de los que nunca había oído hablar, como Kobo Abe. A la Unidad de Investigación, que pasa horas examinando folios judiciales en busca del dato preciso. A personas como Mariza Zapata y Adolfo Bazán, cuya experiencia periodística les permite formular esa pregunta que ayuda a calibrar adecuadamente un reportaje o a detectar rápidamente el pie del que cojea una nota. Y, por supuesto, al equipo de Opinión con el que trabajo cada día, que se encarga de que las columnas que se publican aquí tengan siempre los datos correctos y la redacción pulida.
El espacio no me permite hacer justicia con todos, pero estoy seguro de que ustedes los conocen y saben de la calidad del trabajo que cada uno de ellos realiza a diario.
Es imposible, por último, no reconocer que si hoy El Comercio cumple 185 años se debe sobre todo a sus lectores, que lo han acompañado durante décadas y generaciones, que han crecido con un ejemplar en sus casas y que espero sepan perdonar la desfachatez de dedicarle esta columna a mis compañeros de trabajo. Pero es que, como escribió Juan Gabriel Vásquez, el riesgo de la impudicia me parecía preferible al de la ingratitud.