Para los niños, el costo de la pandemia ha sido enorme. Hace tres meses, el cierre de todas las escuelas y universidades en 192 países impactó al 90% de los estudiantes del mundo. Desde entonces, las actividades educativas volvieron para muchos niños, pero la falta de educación presencial –y la falta de educación propiamente dicha en buena parte del mundo– está causando daño inmediato y de largo plazo.
Lo que el Banco Mundial denomina el “mayor golpe simultáneo a todos los sistemas educativos” que hemos presenciado durante nuestras vidas está reduciendo el capital humano en el mundo. Algunos estudios muestran, por ejemplo, que durante las vacaciones de verano los estudiantes pierden entre el 20% y el 50% de las habilidades y conocimientos que adquirieron en el año anterior. Lo mismo ocurre con la pandemia que está agudizando y extendiendo el problema.
El Banco Mundial calcula que cada año escolar aumenta el ingreso futuro en un 10% y que el cierre de escuelas y universidades durante cuatro meses en Estados Unidos le costaría al país 12,7% de su PBI anual en ingresos futuros. A escala mundial, la pérdida sería de US$10 billones (o ‘trillions’ en inglés) por solo cerrar las escuelas cuatro meses este año.
El impacto de no reanudar la educación presencial es desigual. Los más jóvenes y los más pobres son los más afectados. Los niños pequeños no pueden usar Internet para tomar clases a distancia o no pueden utilizarlo con facilidad. Los niños pobres no tienen computadoras o facilidades con acceso a Internet, por lo que pierden clases o les cuesta caro alquilar el acceso a esta tecnología. La gente con recursos no tiene ese problema, por lo que la falta de educación presencial está aumentando la desigualdad.
Es más, la tasa de deserción escolar incrementa en la medida en que no se reabren las escuelas. Buena parte de esa deserción no será temporal. Según el Banco Mundial, esta dinámica acrecentará el trabajo infantil. Además, el no tener a los niños en la escuela está reduciendo la productividad de los padres y el peso de atenderlos está recayendo más en las mujeres.
Evidentemente también existen riesgos de reabrir las escuelas durante una pandemia. Pero esos riesgos parecen ser menores y manejables como lo han mostrado varios países europeos que abrieron sus aulas sin ver rebrotes. El hecho es que, respecto a este virus, los niños tienen una tasa de infección y mortalidad muy baja.
Por eso, la Academia Americana de Pediatría observa que “las políticas para mitigar la propagación del COVID-19 dentro de las escuelas deben ser equilibradas frente a los daños conocidos para los niños, los adolescentes, las familias y la comunidad de mantener a los niños en casa”.
Urge la Academia que “todas las consideraciones de política pública del año escolar que viene deben empezar con el objetivo de que los estudiantes estén físicamente presentes en la escuela. La importancia del aprendizaje en persona está bien documentada y ya hay evidencia de los impactos negativos en los niños debido al cierre de escuelas en la primavera del 2020. Un tiempo prolongado fuera de la escuela y la interrupción de los servicios de apoyo a menudo resultan en aislamiento social, lo que dificulta que las escuelas identifiquen y traten importantes déficits de aprendizaje, así como el abuso físico o sexual de niños y adolescentes, el uso de sustancias, la depresión y el suicidio. Esto, a su vez, coloca a los niños y adolescentes en un riesgo considerable de morbilidad y, en algunos casos, de mortalidad”.
Ese análisis de costo y riesgo, junto con las evaluaciones de un creciente número de expertos en educación y otras especialidades, está inclinando el balance hacia la reapertura escolar acompañada de nuevas medidas sanitarias.