Como era previsible, la crisis engendrada por el desastroso gobierno de Martín Vizcarra ha producido ya un desborde social. (Ver esta columna “Incubando el desborde social”, 25/4/20). La situación se agravó porque los que alentaron y aplaudieron las violentas manifestaciones que derrocaron a Manuel Merino, y se hicieron del Gobierno gracias a ellas, ahora observan desconcertados e impotentes cómo la violencia y el caos se apoderan del país. Ellos glorificaron neciamente a la que llamaron generación del bicentenario, grupos de jóvenes que salieron a protestar por razones diversas. Algunos, los partidarios de la coalición vizcarrista, lo hacían enojados por la vacancia del presidente investigado por corrupción, y otros posiblemente temerosos de perder las canonjías y sinecuras que generosamente les han otorgado los sucesivos Gobiernos con el dinero de todos los peruanos. Disfrazaban su queja con una envoltura democrática contra un Gobierno que prácticamente no tomó ninguna decisión, más allá de abrogar la absurda disposición que prohibía el tránsito los domingos.
Otros grupos evidentemente organizados, portando pirotécnicos, piedras y objetos contundentes, fueron directamente a provocar enfrentamientos con la policía que bloqueaba el acceso al Congreso y otras instituciones estatales. Interesadamente, nadie ha observado que probablemente no sea casualidad que los dos jóvenes que lamentablemente fallecieron en uno de los lugares de enfrentamientos más violentos tuvieran antecedentes. Uno había sido sentenciado por hurto agravado y el otro detenido por microcomercialización de drogas. ¿Se han preguntado acaso qué nos dice eso acerca de las características de los jóvenes que atacaban a la policía en ese lugar? ¿Quieren creer realmente que esos jóvenes habían acudido a esa movilización motivados por su espíritu democrático, indignados por la vacancia de Martín Vizcarra y por la trayectoria conservadora de Ántero Flores-Aráoz, del que probablemente no habían escuchado hablar nunca?
Ahora que otros jóvenes de la generación del bicentenario se han movilizado en diversos lugares del país bloqueando carreteras, desvalijando instalaciones, apedreando y destruyendo ómnibus y vehículos, saqueando camiones de carga y realizado actos de vandalismo, los mismos que glorificaban a los héroes de las manifestaciones del centro de Lima enmudecen. O, con increíble cinismo, usando el doble rasero de siempre, dicen que esos son diferentes.
Esas masas desbordadas, a las que ellos invocaron, adularon y divinizaron oportunistamente, creyendo poder utilizarlas a voluntad, son las que están desatando el caos en el país.
Y ahora estos elegantes intelectuales de izquierda que se hicieron del poder y que satanizaron a la policía, sumándose al coro de los que la vilipendiaban por cumplir su deber; los que violando la ley flagrantemente –como sostuvimos exministros del Interior, ex jefes militares y policiales y hasta el propio Vizcarra– descabezaron a la PNP para encaramar ilegalmente a un protegido suyo, ahora no saben cómo contener el desborde social que ellos conjuraron.
Otrosí digo. La fiscal de la Nación Zoraida Ávalos, que con la velocidad del rayo abrió proceso contra Manuel Merino, Ántero Flores-Aráoz, Gastón Rodríguez y los jefes policiales y subalternos por los sucesos del Centro de Lima, todavía no procesa a Francisco Sagasti, Violeta Bermúdez, etc., por lo ocurrido en las carreteras del Perú. De seguro lo hará muy pronto.
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