Gisella López Lenci

Era el 31 de octubre y todo parecía seguir la pauta prevista: la heredera de la corona española, la infanta Leonor, cumplía la mayoría de edad y se presentaba ante el Congreso para jurarle fidelidad a la Constitución y al rey, una ceremonia crucial que refuerza su sistema de gobierno.

Pero lo que debía ser un momento para empoderar a la monarquía, se ha empañado desde entonces por un escándalo que va más allá de las revistas de chismes: la supuesta infidelidad de la reina Letizia hacia su esposo Felipe VI.

De hecho, ni siquiera la prensa española tradicional ha querido hacer eco de las revelaciones y el cotilleo corre, básicamente, en redes sociales y en los medios extranjeros.

El libro “Letizia y yo” destapó la caja de Pandora. El autor, Jaime Peñafiel, un veterano periodista cercano a la Casa Real pero muy crítico de la reina –y amigo, detalle importante, del rey emérito Juan Carlos I–, publicó el 21 de noviembre una serie de testimonios de Jaime del Burgo, excuñado de Letizia, quien afirma que mantuvo una relación con ella antes de casarse con Felipe e incluso durante su matrimonio y, como prueba, publicó en X (antes Twitter) un ‘selfie’ de la propia Letizia.

Pero el asunto es más serio de lo que parece. No por lo que pueda decir cualquiera sobre una relación extramarital –solo tenemos la versión de un lado–, sino por las implicancias en la estabilidad de un Estado.

España es una monarquía parlamentaria y, pese a que el sentimiento republicano nunca desapareció, Juan Carlos supo ganarse el respeto de sus compatriotas y maniobrar la ola en la era posfranquista. Todos sabían los devaneos extramaritales del entonces rey, pero eso nunca hizo flaquear la estabilidad de la corona.

Sin embargo, la corrupción empezó a hacer agua la institución hace más de una década. Ese gran momento de vergüenza se vivió con el Caso Noós y las acusaciones de malos manejos de dinero público que llevaron a prisión a Iñaki Urdangarín, nada menos que el yerno de Juan Carlos.

El escándalo mayor estalló cuando se conocieron serias denuncias de sobornos, fraude fiscal y blanqueo de dinero contra el propio Juan Carlos, quien ya había abdicado a la corona en favor de su hijo Felipe.

En estos años, tanto Felipe como Letizia se han desmarcado de la figura de Juan Carlos para no verse salpicados por los procesos judiciales, una decisión comandada, al parecer, por la reina, quien lleva una tensa relación con su familia política. Si la filtración de la infidelidad de Letizia se trata de una venganza, ya queda para las novelas rosas, pero lo que no debe quedar en el olvido es que la monarquía no debe ser una lavandería del dinero de los contribuyentes.

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