"[Ricardo Palma] fue un político pero sobre todo fue un escritor, y aunque algunos pueden dudar de su profundidad, su gracia y su ingenio son enormes". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"[Ricardo Palma] fue un político pero sobre todo fue un escritor, y aunque algunos pueden dudar de su profundidad, su gracia y su ingenio son enormes". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Alonso Cueto

Un país o una nación pueden ser definidos de muchos modos. (pasado mañana se cumple el centenario de su muerte) eligió definir nuestro país como un conjunto de historias. Nacido en 1833, en los inicios de la República, quiso hacer todo lo posible por hacernos saber que el es la galería de relatos de algunos personajes famosos pero también de gente anónima en episodios cotidianos. Sus personajes son presidentes o virreyes pero también frailes y gente de la calle. La mayor parte de sus “Tradiciones peruanas” (que empiezan a aparecer cuando Palma abandona la política en 1872) están situadas en la época colonial pero también incluyen personajes del Incanato y de la República. No en balde dijo Raúl Porras Barrenechea que Palma fue el segundo fundador de Lima.

Palma sigue entre nosotros. Su estatua sigue leyendo sentada todos los días en el parque Tradiciones de Miraflores. Augusto Tamayo va a publicar un libro y va a estrenar una película basada en una de sus “Tradiciones”. Las familias con frecuencia tienen colecciones de Ricardo Palma en sus casas. Lo que no todos saben es que ese personaje de gafas y bigotes con aire venerable tuvo también una juventud impetuosa, que lo llevó a participar en la política, ser desterrado, sufrir cárcel y pasar una vida de aventuras por América, Europa y Nueva York. Antes de ser un escritor fue un luchador por las causas que consideraba nobles y la literatura fue un modo de prolongar esa lucha. Participó en la sublevación de Vivanco contra Castilla, en el desembarco a Guayaquil en 1859 durante la guerra con el Ecuador y también en el asalto a la casa presidencial del presidente Castilla liderado por José Gálvez. Cuando este golpe fracasa es desterrado a Chile. En 1866 participa en el Combate del 2 de Mayo, donde casi pierde la vida. Luego, en vez de aceptar un puesto en el extranjero, decide quedarse como director de la Biblioteca Nacional y va a la cárcel por orden del chileno invasor Patricio Lynch (su casa en Miraflores fue incendiada). Un tiempo después, haciendo gala de sus recursos diplomáticos y gracias a su amistad con el presidente de Chile, logró recuperar 14.000 libros expoliados. Por último, viaja a España intentando que la Real Academia de la Lengua reconociera las palabras peruanas como ‘cancha’, ‘charango’ y ‘guagua’. Aunque algunos académicos españoles aceptaron el pedido, la Academia en su conjunto se opuso. Hoy todas esas palabras, sin embargo, están reconocidas en todos los diccionarios.

Fue un político pero sobre todo fue un escritor, y aunque algunos pueden dudar de su profundidad, su gracia y su ingenio son enormes. Basta recordar la descripción de personajes de “La victoria de las camaroneras” como la sensual mulata Veremunda, “pie de relicario y pantorrillas de catedral” o de Gertrudis, “traviesa como un duende, alegre como una misa de aguinaldo” (Oswaldo Holguín, un especialista en su obra, ha estudiado la influencia de la cultura afroperuana en sus textos). Algunas de sus obras como “Los tres motivos del oidor” (de tremenda actualidad) están escritas con una gracia y un humor en cualquier época. Mis preferidas siguen siendo “Genialidades de la Perricholi”, “El alacrán de fray Gómez” y “Dimas de la Tijereta”, la historia de un hombre que derrota al diablo, un tema de actualidad en la política peruana de esta semana. El alma de Dimas, por otro lado, “tenía más arrugas y dobleces que abanico de coqueta”. Leer a Palma es un placer de los peruanos y sus historias de diablos, santos, poderes y milagros. Aquí lo tenemos, cien años después, mostrándonos quiénes somos.