El presidente Martín Vizcarra acudió al Congreso solamente para dar un discurso exculpatorio y luego escapó pretextando otras tareas. El jefe al que traicionó, Pedro Pablo Kuczynski, sí tuvo el coraje de asistir y de quedarse en un Parlamento en el que los adversarios que querían derribarlo tenían una mayoría abrumadora y eran tan o más agresivos que los de ahora.
Algunos decían que Vizcarra no debía ir al Congreso porque la investidura presidencial se vería rebajada por la pésima calidad de los parlamentarios. En verdad, Vizcarra no tiene nada que envidiarles. Es tan mediocre, incompetente, mentiroso y deshonesto como cualquiera de los peores congresistas, como ha quedado en evidencia al escuchar los audios difundidos en los últimos días.
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La defensa de su abogado se resume en que, en la práctica, no debería existir la vacancia, porque si se realizara un proceso judicial como el que demanda, este llevaría más de los cinco años que dura un mandato. Pero la vacancia es un proceso político y no judicial.
Hace un par de años, cuando Vizcarra y la coalición que lo respalda emprendió una operación para destruir a sus adversarios, usando instrumentos judiciales y una masiva campaña en los medios de comunicación aliados, una legión de intelectuales, políticos y analistas progresistas e izquierdistas lo divinizó. Era el gran luchador anticorrupción que el Perú necesitaba en esa hora oscura.
Esa e infinidad de otras necedades se dijeron y publicaron. Pero “ahora [Vizcarra], ha quedado desnudo. Su bandera anticorrupción ha quedado manchada”, dice Jonathan Castro, en un artículo titulado “La promesa anticorrupción llega a su fin en Perú” (“Washington Post”, 15/9/20).
En realidad, había que ser muy ingenuo o parte de la legión de prebendarios del Gobierno para creer que Vizcarra realmente estaba interesado en combatir la corrupción, o en mejorar el sistema de justicia y la institucionalidad política. Todo no fue más que un descarado e inescrupuloso aprovechamiento de las circunstancias para ocultar su propia corrupción, con la complicidad de un amplio abanico de interesados en beneficiarse.
Ricardo Uceda ha recordado en “La República” que “Karem Roca se expresa con absoluta convicción sobre el rol del ministro Carlos Estremadoyro como ‘cajero’ del presidente” y a otros que tendrían “una estrecha relación con Mario Vizcarra, hermano del mandatario” (15/9/20).
Estremadoyro, Mario Vizcarra y Edmer Trujillo fueron el entorno inmediato de Martín Vizcarra en el Gobierno Regional de Moquegua y también desde que se convirtió en presidente de la República. No por casualidad, dice Uceda, “Vizcarra ha mantenido un control absoluto, obcecado y anormal, a través de allegados moqueguanos, sobre los ministerios de Vivienda y de Transportes y Comunicaciones”.
La estrambótica relación de Vizcarra con Richard Swing ha servido para poner al descubierto la auténtica catadura del gobernante, pero los verdaderos alcances de la corrupción todavía solo se mencionan tangencialmente.
Cuando llegue a su fin el Gobierno será necesaria una investigación en serio. Pero, como dice Uceda, “¿de qué manera el Ministerio Público va a brindar garantías de una investigación independiente? Hay fuertes indicios de que oscila entre un sector corrupto y otro aliado del gobierno”. Será indispensable limpiarlo de la podredumbre que lo infesta.