Elmer Cuba

Desde la independencia del Perú, el anhelo de una democracia liberal ha estado pendiente. En general, estos casi 200 años pueden ser vistos como un lento avance hacia ese ideal. Hasta hace 60 años el Perú era una sociedad cuasi feudal. Luego de muchas interrupciones autoritarias en los siglos XIX y XX, finalmente desde este siglo hemos alcanzado una sucesión continua de gobiernos democráticos.

Sin embargo, desde el 2016 hemos asistido a una mayor turbulencia política. Muchos actores políticos han pisado los bordes de la institucionalidad democrática, hasta que –finalmente– llegamos al gobierno del profesor .

Un gobierno que acude a la OEA acusando de golpista al Congreso y al mismo tiempo se pone en esa posición al contar como una denegación de confianza a una inexistente, al margen del marco legal vigente. El estado actual de nuestra democracia no es el mejor, como reflejan diversos indicadores comparativos regionales.

Paralelamente, nuestra historia económica no ha sido una historia de éxito. En estos 200 años no hemos alcanzado el desarrollo económico. La política no permitió ejecutar políticas económicas conducentes a tal propósito.

Afortunadamente, en los últimos 30 años hemos diseñado un sistema económico que ha permitido un rápido crecimiento económico y un mayor bienestar. Sin embargo, nuestro sistema democrático disfuncional no ha hecho posible que el Estado Peruano pueda estar a la altura de las demandas ciudadanas en los servicios públicos, tal como fue su mandato constitucional.

En 1990, nuestro PBI per cápita (en dólares de paridad de poder adquisitivo) era equivalente al 14% del PBI per cápita de Estados Unidos y al 54% del promedio de América Latina y el Caribe.

Treintaiún años después, hemos acortado distancias. Estamos con niveles cercanos al 20% y al 80% de esas respectivas economías. Los avances han sido notables. Sin embargo, aún queda mucha brecha por cerrar. El desarrollo no está garantizado y requiere un nuevo impulso y perseverancia. Algo casi inexistente en la actual administración.

Lo observado en las expectativas empresariales de la economía para los próximos 12 meses es muy elocuente. Desde que existe esa serie estadística, solo han estado en terreno pesimista en tres oportunidades. Durante la gran recesión mundial del 2008-2009 estuvieron en esa zona siete meses. En la recesión del COVID-19, solo tres meses. En la era Castillo van 15 meses en terreno pesimista.

Ni siquiera el fenómeno de El Niño llevó a esos dígitos. Al ser percibido como un choque transitorio, solo afectó las expectativas para los próximos tres meses. Podríamos decir que, para la economía peruana, la era Castillo puede “equivaler” a un fenómeno de El Niño de duración tan larga como dure su gobierno; en el sentido de afectar la marcha de la economía. No logra detenerla, pero la desacelera.

Este ciclo de elevada turbulencia económica mundial, luego de la recesión del confinamiento por la pandemia (2020), las respuestas de políticas monetarias y fiscales contracíclicas sin precedentes en tiempos modernos, el rebrote de la inflación en el mundo y los efectos en tasas de interés y términos de intercambio de la lucha antiinflacionaria, muestran la importancia de tener fortalezas macroeconómicas.

Sin embargo, un cuadro de estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para el crecimiento económico, pero no suficiente. Cuando este episodio termine, las tasas de inflación volverán a estar dentro del rango meta del BCR y podremos mantener bajos niveles de deuda pública y bajas tasas de riesgo país. Pero es muy posible que nos quedemos con tasas de crecimiento de alrededor de 2,5%.

La era Castillo está mostrando sus efectos en la economía. Primero en las expectativas empresariales, luego en las tasas de inversión y muy pronto en el crecimiento. Al mismo tiempo, se deteriora la gestión pública en la mayoría de los sectores. Y se descuidan las políticas educativas, que en el largo plazo son tan importantes como la inversión privada. Es más, ese “largo plazo” ya llegó. Lo que no se hizo hace 20 años nos pasa hoy la factura, con niveles de capital humano bajos e insuficientes. Se esperaba más de un profesor.

La pobreza, la vulnerabilidad económica de los hogares y la elevada informalidad laboral seguirían en las tasas actuales, creando una sensación de estancamiento en los niveles de bienestar. Ello puede poner en riesgo lo avanzado en estas décadas y la calidad de la democracia misma. Una democracia sin arraigadas raíces históricas y con millones de ciudadanos desafectos.

P.D.: Este columnista tomará un año de pausa.

Elmer Cuba es economista, socio de Macroconsult