"Han transcurrido más de seis semanas y la economía en recesión ya contempla una caída del 10% o más en su producción en el año, una pérdida de más de S/76.000 millones". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Han transcurrido más de seis semanas y la economía en recesión ya contempla una caída del 10% o más en su producción en el año, una pérdida de más de S/76.000 millones". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Roberto Abusada Salah

Hace 40 días, a poco de iniciada la cuarentena, en este mismo espacio propuse que, una vez tomada esta drástica y necesaria medida, el debía tener presente la imposibilidad de separar el problema sanitario del cuidado del aparato productivo. Una dominada por la existencia de una miríada de microempresas y pequeñas , donde la mediana empresa es casi inexistente y más del 72% del empleo es informal, obligaba al Gobierno a, en la medida de lo posible, sostener la continuidad de la producción de bienes y servicios para evitar así el colapso total de la economía con el consiguiente e inconmensurable costo social. Evitar la propagación del y al mismo tiempo escoger los sectores que debían seguir trabajando parcialmente con adecuados protocolos de sanidad era vital desde el inicio mismo de la cuarentena. Y en esa tarea el Gobierno debió considerar y estar presto a mitigar dos agudas carencias: la escasez de información sobre la población y las evidentes limitaciones para tomar decisiones al interior de su equipo de gobierno.

Han transcurrido más de seis semanas y la economía en recesión ya contempla una caída del 10% o más en su producción en el año, una pérdida de más de S/76.000 millones.

Sin duda, era inevitable que la producción cayera este año. Tanto el Banco Central como el MEF actuaron con prontitud para hacer llegar dinero a la población vulnerable y a las empresas para evitar quiebras masivas y destrucción de empleo. También los trabajadores de la salud, la policía, Fuerzas Armadas y bomberos siguen realizando una labor abnegada en medio de carencias materiales evidentes y deficiencias de dirección. Pero la ausencia de gerencia ha dado lugar a un cúmulo de errores agravados por la disfuncionalidad del Estado.

Con más de dos meses de aviso, después de la aparición en China, y más de un mes de su propagación por toda Europa, el Perú desperdició valioso tiempo disponible antes de la llegada del virus al país. Ya declarada la emergencia, se actuó muy lentamente en aumentar la cantidad de camas, material de protección para el personal de salud y, sobre todo, la disponibilidad de camas en UCI. Estando advertidos de la necesidad crucial de efectuar masivamente los test para la detección y seguimiento del contagio, el Gobierno mostró lentitud e incapacidad inauditas para adquirirlos. Cosa similar pasó con la obtención de ventiladores.

Por otro lado, la puesta en práctica del distanciamiento social ha sido lamentable. Se actuó para encarcelar o multar a los infractores, pero poco se hizo para prevenir la aglomeración en los mercados. Muy comentado ha sido el disparate de ordenar la alternancia de sexo para salir del hogar, pero no se ha dicho nada del tremendo error de declarar la reclusión total el Jueves y Viernes Santo. Ese error demuestra la ignorancia del Estado respecto al modo de precaria supervivencia que tiene una enorme proporción de la población que vive de día en día. Esa reclusión se convirtió en una ‘invitación al contagio’ el sábado siguiente en medio de masivas aglomeraciones en los miles de mercados de todo el país. Consciente de que la entrega de efectivo no llegaría a una multitud de ciudadanos, el Gobierno cometió el desatino populista de entregar dinero a 1.800 municipios para repartir víveres en lugar de comprar centralizadamente una selección de alimentos no perecibles y encargar su distribución a las Fuerzas Armadas.

La cuarentena, no obstante, ha evitado enorme contagio y muerte, pero ahora que se dispone a iniciar la apertura de la economía las condiciones objetivas no son particularmente mucho mejores que las del inicio del encierro. Desde el comienzo, el Gobierno desoyó las propuestas de empresas y gremios privados que podían iniciar parcialmente operaciones con estrictos protocolos, haciéndose cargo de los test, la seguridad y del seguimiento de contagios de sus trabajadores. El sector privado recibió respuestas equívocas y dilatorias de los distintos ministerios a cargo de normar la producción. Se desechó la ayuda probono para el diseño de la apertura progresiva de una consultora de clase mundial. Todo ello condicionado por la sospecha ideológica de miembros del Gabinete respecto de todo lo que sea ‘privado’. Ni siquiera se aprovechó que el sector de la construcción trabajara en la rehabilitación de las desiertas calles, veredas y vías de comunicación, algo que se ha hecho en muchas ciudades del mundo. Hoy, después de mes y medio, se ha pedido que el sector empresarial participe en un ‘grupo de trabajo multisectorial’ conjuntamente con otros ocho integrantes para ‘diseñar estrategias para la reactivación de actividades económicas’. No queda sino desear que en adelante el Gobierno aprenda de los errores cometidos y obtenga los resultados que todo el país espera.


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