La verdad es que no tengo nada contra los . Pero para fines de esta columna me invento una animadversión, me obligo a odiarlos porque ya son demasiados años escuchando por todos lados la musiquita machacona de las luces de , los ‘jingle bells’ y sus variantes, la voz chillona de Los Toribianitos contándonos cómo los peces en el río vuelven y vuelven a beber.

Por eso me permito una recomendación para este fin de año. Un disco navideño diferente, incluso atípico. Se llama “Navidad de reserva” y fue publicado en el 2005 por la banda argentina Él Mató a un Policía Motorizado. Me acuerdo de ellos y de este breve disco porque el último miércoles volvieron a tocar en Lima y yo estuve allí para reencontrarme con las ganas y la fuerza que suelen ponerles a sus conciertos: recitales de una felicidad agridulce, que congregan en comunidad a una generación particular que aspiraba a mucho, pero que empieza a darse cuenta de que el mundo le está devolviendo poco. Nos está devolviendo muy poco.

En fin. Su “Navidad de reserva” sigue esa tradición tan gringa que tienen las bandas de rock y pop estadounidense de lanzar álbumes navideños. Pero lo que hace Él Mató es jalar el ritual hacia su propio terreno: el de una ciudad de La Plata marginal, joven, tierna y enfurecida; el paisaje de un conurbano que no arma árboles de Navidad, sino que los quema; que no llega a la medianoche del 25 con una cena abundante ni mirando la nieve, sino con fernet, calor y mucho hielo.

Sus canciones no versan sobre las habituales cuestiones de la fecha festiva, sino sobre escenas de caos y decadencia. “Te persigue la policía/ en Navidad”, advierten en uno de los temas. “Se termina/ la noche/ no va a volver/ vas a llorar”, dicen en otra canción. Y en una de mis favoritas le cantan a un “viejo ebrio y perdido” que podría referirse a un Papá Noel dipsómano o a uno de esos vecinos que uno encuentra en la clásica Nochebuena con olor a alcohol y pólvora.

Y si hago alusión a los villancicos degradados de Él Mató también es porque, creo yo, se ajustan mucho mejor a los diciembres peruanos. Funcionan como el ‘soundtrack’ perfecto de una coyuntura que se ha vuelto usual: cierres de año con crisis políticas, indignación y protesta, agitación y violencia, asco hacia el poder de turno y una decepción reincidente frente a lo que creemos que ya no puede decepcionarnos más.

“Entiendo que no vas a aceptar/ que todo lo que viene es peor”, reza la banda con un pesimismo justificado, y que comparto. Pero aquí estamos, aquí seguimos, para resistir cantando pese a todo.


Juan Carlos Fangacio Arakaki es Subeditor de Luces