Martín Vizcarra planteó este domino una cuestión de confianza ante el Congreso. (FOTO: USI)
Martín Vizcarra planteó este domino una cuestión de confianza ante el Congreso. (FOTO: USI)
Fernando Rospigliosi

La propuesta del presidente para cambiar las reglas de elección del Tribunal Constitucional (TC) haciendo una sobre ella es simplemente un manotazo de ahogado. Posiblemente el penúltimo.

El pretexto de que lo hace en función de la lucha anticorrupción es ridículo. Cada vez menos personas creen esa gastada justificación, que viene usando hace más de un año, cada vez que emprende una artimaña política contra sus adversarios. El creciente descrédito de sus fiscales aliados, la corrupción en el Estado que sigue igual o peor que antes, y las varias acusaciones contra el propio Vizcarra, hacen que ese argumento sea percibido como lo que es: un subterfugio para justificar sus tropelías.

Lo del TC es escandaloso. Los miembros propuestos en el pueden gustar o no, pero intentar vetarlos porque al presidente y a la coalición que lo respalda no le conviene su presunta ideología o tendencia política es inadmisible. Los miembros actuales de ese organismo, nombrados cuando el Congreso tenía una mayoría humalista, no son del agrado de muchos. Pero fueron elegidos legalmente cuando era otra la tendencia predominante.

El comportamiento del presidente y de la coalición vizcarrista es, en este caso, manifiestamente antidemocrático. Para ellos, la democracia debe operar solamente cuando ganan, pero cuando pierden, los mecanismos institucionales ya no sirven y pretenden cuestionarlos.

El TC se ha convertido en un organismo clave en el actual enfrentamiento político porque podría tener que tomar decisiones sobre los temas en controversia entre el Gobierno y el Congreso. Pero en realidad, ahora es solamente el único pretexto que ha encontrado el Gobierno para tratar de forzar un choque con el Parlamento e intentar su disolución. Pero la maniobra es tan burda y tardía que no va a prosperar.

El Congreso probablemente va a designar a algunos o todos los miembros del TC que ya cumplieron en junio su período, como corresponde. Luego discutirá la propuesta del Gobierno y podría tramitarla o desecharla. Pero no afectará en modo alguno las decisiones que ya habrán tomado.

Después de eso, el Gobierno intentará algún otro movimiento, quizá el último, para impedir lo que ya parece una inevitable derrota.

La oposición reaccionó con rapidez para cortar el intento del Gobierno, a través de Salvador del Solar, de negociar con varias bancadas, incluyendo la keikista, una posible transacción: adelanto de elecciones con bicameralidad para permitir a los actuales congresistas reelegirse en otro puesto.

Esa, quizá, hubiera sido una salida razonable, pero la oposición, que se siente más fuerte y ganadora, la cercenó rápidamente. Están en su derecho, naturalmente.

Y ahora estamos en un juego de suma cero. Es decir, lo que gana uno lo pierde el otro. Y en este momento quien está ganando es la oposición y quien está perdiendo es el Gobierno y sus aliados.

Claramente muchos integrantes de la coalición vizcarrista están cada vez más decepcionados de su líder. En realidad, ellos exaltaron e idolatraron a Vizcarra, contribuyeron a envanecerlo y hacer que creyera las necedades que sus aduladores le decían: gran líder republicano, el mejor desde Valentín Paniagua, adalid de la lucha anticorrupción, enterrador del fujimorismo, etc.

Ahora lo critican por vacilante y medroso. Claro, los que lo alientan a tomar medidas inconstitucionales y dictatoriales no son los que asumirían las responsabilidades legales si el presidente las aplica.

El asunto es que Vizcarra está atrapado. Él no puede esperar piedad ni clemencia de sus opositores. Ellos le atribuyen –y no les falta razón– el haber encarcelado injustamente, con sus aliados y protegidos en el sistema judicial, a Keiko Fujimori. Y haber inducido el suicidio de Alan García.

Ellos irán por él. No tendrán compasión. Y no tendrán que inventar acusaciones. Por menos de lo que ha hecho Vizcarra como gobernador regional, ministro y presidente otros están presos. Si se escapa, terminaría como Alejandro Toledo. Y si se queda, los ejemplos de Alberto Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski muestran el camino que seguiría.

Debió pensarlo dos veces antes de arremeter sin motivo contra la oposición el año pasado, con el objetivo de fortalecerse a costa del descrédito de ellos. Ahora no hay vuelta atrás.

La posible liberación de Keiko en los próximos días fortalecería a la oposición y les dará nuevos ánimos para arremeter contra el Gobierno.

Así las cosas, la hora de las definiciones está cada vez más cerca. Como he dicho otras veces, ya no hay opciones buenas, solo menos malas. Lo que sí es claro es que la prolongación de la crisis y el enfrentamiento es perjudicial para el país y los peruanos. Y este enfrentamiento no se va a resolver con diálogo y acuerdo sino con la derrota decisiva de uno de los contendientes. Esa es la realidad.

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